2001.com.ve | EFE
La terminal de autobuses de Bogotá es un huracán de viajeros y vehículos, pasajeros que se despiden entre sonrisas y lágrimas con esperanzas e ilusiones; sueños como el de más de un centenar de venezolanos que acampan en un parque cerca a la estación mientras esperan un futuro mejor.
Son entre 120 y 140 venezolanos, entre ellos cinco bebés, acampados a unos cien metros de la estación del Salitre, en el occidente de Bogotá, donde se refugian del frío de la capital colombiana mientras deciden hacia dónde encaminar sus pasos.
La imagen es la de una multitud abigarrada pues sobre el césped del parque que han renombrado como "El Bosque" se acumulan lonas y plásticos bajo las que tratan de comer, dormir y agotar las horas. Los más afortunados tienen tiendas de campaña.
Y sin embargo, se consideran dichosos: "Me han tratado espectacular en Bogotá (…) Aquí nadie nos ha desamparado, hemos tenido comida, ropa. Tenía no sé cuanto tiempo en Venezuela sin comer un pedacito de pollo o una sardina", explica a Efe Marleny Márquez, de 38 años.
"Tengo una semana aquí y he subido un kilo (de peso). Allí (en Venezuela) perdí como diez", comenta Márquez.
Mientras pasan las horas en "El Bosque" reciben ayuda de vecinos y de un grupo de monjas que les llevan comida y ropa para enfrentar el frío bogotano que en esta época mantiene los termómetros por debajo de los 10 grados centígrados durante la mayor parte del día.
Esa solidaridad, aseguran, les permite vivir mejor que en su Venezuela natal, donde conseguir comida es una quimera.
La odisea de muchos de ellos comenzó cuando abandonaron su país y, sin un centavo en el bolsillo, trataron de buscar un futuro camino a Bogotá.
A pie, recorrieron centenares de kilómetros y ahora sueñan con hacer su siguiente tramo en autobús o conseguir un trabajo en Colombia que les permita sostener y enviar ayuda a su familia.
"Vine caminando desde Cúcuta, tardé una semana con ayudas", explica Frank Escalante, de 21 años, uno de los últimos venezolanos en asentarse en "El Bosque" tras un recorrido de cerca de 600 kilómetros.
Confiesa que recibió mucho apoyo de colombianos por el camino y que especialmente le apoyaron con "aventones", como se conoce en la zona a trayectos gratis que hacen muchos conductores.
Frank, Marleny y sus compañeros improvisados sufren especialmente el clima bogotano. "La nevera de Colombia", está más fría de lo habitual estos días.
Para combatir el clima llevan toda la ropa de abrigo que les han ido regalando por el camino y que siguen sin asumir como propia.
Una de ellas es Carmen, que ha tenido que envolver con todos los abrigos posibles a su hijo de un año porque no se imaginaba "este frío tan terrible que hace aquí", dice sobre la capital colombiana, situada a más de 2.600 metros del altitud.
Ella lleva apenas una semana en el improvisado campamento y explica que "al comienzo" y durante tres noches durmió junto a su marido y su hijo sobre el césped del parque, luego se le acercaron "muchos colaboradores" y uno de ellos le cedió una carpa con la que hoy enfrentan la inclemencia del tiempo.
Pese a que está muy agradecida por la ayuda que ha recibido, se queja de que en Cúcuta sufrió el abuso de algunos vendedores de billetes de autobús que al saber que no tenía pasaporte en vigor les incrementaban el precio del pasaje.
Ante la imposibilidad de emprender a pie el camino con su hijo hasta Bogotá, trayecto que incluye atravesar parte de la cordillera andina y páramos como el de Berlín, cubierto permanentemente de neblina, Carmen y su marido se dedicaron a la venta ambulante para poder pagar los 100.000 pesos (unos 35 dólares) que les pedían a cada uno de ellos por el trayecto.
En Colombia, donde cerca de un millón de venezolanos se han asentado, las opciones que tiene se han disminuido después de que Perú cerrase la frontera a los venezolanos con pasaporte vencido y la incertidumbre de que Ecuador pueda hacer lo mismo.
Para Carmen y su familia, como para millones de venezolanos, conseguir un pasaporte es una odisea, por lo que buscan cómo quedarse en Colombia, así sea sobreviviendo con la ayuda de sus vecinos improvisados.
Por eso, no duda al asegurar que prefiere Bogotá antes que Venezuela y, entre lágrimas, explica que al menos en Colombia puede alimentar a su hijo.
"Prefiero estar aquí, sé que esto va a cambiar y que vinimos a trabajar y a conseguir un mejor futuro", concluye.
Cuando las cámaras se apagan, Carmen y su familia alistan su tienda y se aprestan a pasar una noche más en el frío bogotano mientras siguen esperando un autobús que les lleve a otro destino o un trabajo les permita iniciar una nueva vida.
2018-09-07
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