AFP
Alan González conoció el horror de las mujeres víctimas de ataques con ácido en Colombia casi por casualidad, sin pensar que para muchas se convertiría en el "ángel" que les devuelve la sonrisa.
"Nunca imaginé que esto que empezaba a hacer con tiempo y recursos limitados pudiera tener tanta repercusión", confiesa este reconocido cirujano plástico colombiano, que destina parte de sus ingresos de la práctica profesional privada a reconstruir gratuitamente los rostros de mujeres agredidas con químicos.
Desde su prístino consultorio en una acomodada zona del norte de Bogotá, González, de 46 años, formado en la colombiana Universidad Nacional y especializado en Cuba, asegura que ni siquiera sabía que esto ocurría en su país, donde este crimen deja unas 100 víctimas al año, según cifras oficiales.
"Había visto que pasaba en Pakistán, pero no aquí", afirma, atribuyendo a la "ignorancia" y a la "intolerancia" esta forma de violencia contra la mujer, generalmente perpetrada por exparejas.
Colombia tiene registros de estos ataques desde mediados de los años 1990, pero el pico máximo, según González, se dio entre 2014 y 2015, antes de una ley promulgada en 2016 que tipifica este delito y aumenta los controles a los químicos.
Desde finales de 2010 este médico menudo y con cara de niño ha visto 24 mujeres en consulta y reconstruido a 15, sumando casi 300 procedimientos quirúrgicos.
Convencido de que "la cirugía plástica no es la cirugía de la vanidad, sino de la vida", González operó a soldados y policías heridos por el conflicto armado antes de atender a mujeres atacadas con ácido, esas que, subraya, están marcadas por la "desesperanza" y las "ideas suicidas".
"El reto es devolverles sus sueños e ilusiones, y sobre todo sus sonrisas. No solo reconstruimos caras: reconstruimos vidas", dice.
"Guau, la admiro"
Ángeles Borda está nerviosa cuando entra al quirófano para la novena intervención que busca recomponer su rostro desfigurado. La acompaña Gina Potes, la primera víctima de ácido registrada en Colombia y pilar de Reconstruyendo Rostros, la fundación que creó impulsada por González.
Ángeles tiene 32 años y hace 10 que convive con las cicatrices del fatídico 7 de febrero de 2007, cuando al pasar frente a una obra en construcción, le tiraron ácido nítrico en la cara por no voltear a mirar cuando la llamaron.
"Sé que en unos mesesitos me voy a ver mejor", afirma, una semana más tarde.
Esta madre de tres hijos, vendedora de dulces en los buses de Bogotá, se considera una sobreviviente. "Tenía dos opciones: quedarme llorando o salir al mundo a mostrarme como soy. (…) Lo que me ocurrió es muy triste, pero se puede vivir con estas secuelas", enfatiza.
"Tengo sueños, tengo metas y tengo la fortaleza para seguir adelante", añade, y su rostro se ilumina con su admirable entusiasmo, en contraste con su dura realidad.
Para Ángeles, como para todas las que ven destruida su autoestima por estos ataques, lo más difícil es percibir la lástima de los demás, palpar su discriminación velada, tener que resignarse a la falta de oportunidades.
Su voz alegre sólo se quiebra cuando habla de la "revictimización" que sufren por una sociedad que no las integra. "Que nos vean con ojos de berraquera (fortaleza)", pide. "Me siento bien cuando me dicen: ‘Guau, la admiro'".
González destaca que a la barbarie del ataque con ácido se suma "la cruda realidad" de las víctimas: 99% de estratos socioeconómicos bajos y "con necesidades de vivienda, educación, trabajo insatisfechas".
"Un ángel"
Como Ángeles, Luz Nidia Mendoza y Silvia Julio Jiménez, también pacientes de González, confiesan que si no fuera por sus hijos ya se habrían quitado la vida.
"Me hicieron caer en cuenta de que ellos existían y es por ellos que estoy acá", dice Luz, que lleva 25 cirugías "y faltan más" para rehacerle mejillas, frente, boca, nariz. A sus 37 años, no trabaja luego del ataque que sufrió en Medellín en 2011.
Lo peor para ella, sin embargo, es no haber visto crecer a sus hijos. "Los escucho, los siento, los toco, mas no les veo", asegura, sin perder la esperanza de recuperar algo de visión tras un trasplante de córnea.
Silvia, una costeña de 29 años, desempleada y madre soltera de cuatro hijos, también espera un trasplante así. Deben volver a operarle el cuello, donde ha recibido sesiones de depilación por el vello que le creció de la piel de la pierna que le injertaron.
Coqueta, entra con una blusa brillante que despierta los elogios de González.
"El doctor Alan es un ángel para nosotras. Le debemos mucho. Nos da ánimo, nos da alegría", dice Luz con voz suave.