El cine tiene la capacidad de producir emociones. Las películas despiertan desde la mayor de las alegrías hasta la más profunda tristeza. “Hay gente a la que las emociones le entran por los ojos, son muy visuales. Otros son más musicales o narrativos, necesitan historias largas”, defiende Luis Muiño, psicoterapeuta y divulgador.
Para comprobar si las emociones causan un impacto en el público y cómo afectan a los espectadores, la Universidad de Plymouth ha llevado a cabo un experimento en el que, a partir de las respuestas biológicas del público de una sala, un ordenador determinaba qué escena debía mostrar a continuación.
Esto sucedía en los denominados puntos de decisión (solo dos) de una película de tan solo 15 minutos de duración. “Medimos el ritmo cardíaco, las ondas cerebrales, la respiración pulmonar y la respiración muscular. Dependiendo de la respuesta emocional, proyectábamos una secuencia más reposada o una de mayor intensidad”, explica Alexis Kirke, investigador musical del centro.
El estudio de la universidad del suroeste de Inglaterra se convierte así en un ejemplo a pequeña escala de cine a la carta por el que ya han preguntado grandes firmas. “Ya se han interesado varias compañías internacionales por el experimento, incluyendo alguna de Hollywood”, dice el científico británico, evidentemente orgulloso del éxito./