Jueves 12 de Diciembre - 2024
VENEZUELA
Escoge tu edición de 2001online.com favorita
Venezuela
América

La odisea de un soldado estadounidense en busca de su hijo vietnamita

Viernes, 02 de mayo de 2014 a las 07:30 pm
Suscríbete a nuestros canales

BBC Mundo

En la década de 1980, cuando Hjort era un simple mochilero danés que viajaba por Vietnam, tuvo un encuentro con estos niños. "Estaban en la calle, mendigando comida y ayuda", recuerda. "Los vietnamitas los trataban con crueldad, eran los hijos del enemigo".

Algunos conocían los nombres de sus padres y tenían fotos de ellos. Como el gobierno de EE.UU. mantiene un registro meticuloso de los soldados y veteranos, Hjort pronto fue capaz de vincular a decenas de niños con sus padres. Pero en varias ocasiones se horrorizó por la respuesta que recibió.

"¿Por qué me llamas? ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué estás hablando de Vietnam? No quiero tener nada que ver con ese bastardo. Él no es mi hijo. Ella no es mi hija. ¡Deja de llamarme!", le gritaban del otro lado del teléfono.

Con la ayuda de Facebook

Pero Jerry Quinn es distinto: el misionero, que vive y trabaja en Taiwán, está ansioso por encontrar a su hijo. Para él, el hecho de que lo enviaran a trabajar de nuevo en Asia, era la manera en que Dios le daba la oportunidad de enmendar su pasado. "Supongo que estoy aquí por la culpa", dice. "Y para tratar de cumplir con mi deber como padre".

En 1973, Brandy -su novia vietnamita- estaba embarazada, por lo que ambos intentaron conseguir los requisitos burocráticos para casarse. Al mismo tiempo, el secretario de Estado de EE.UU. Henry Kissinger estaba negociando una "paz con honor" con los líderes de Vietnam del Norte. El acuerdo final exigió que las tropas estadounidenses salieran de inmediato y Jerry Quinn de un momento a otro tuvo que montarse en un avión para regresar a EE.UU..

"Traté de mantener el contacto", asegura. "Le envié US$100 mensuales durante un año. Nunca supe si los recibió". Brandy le envió tres fotografías que -40 años más tarde- muestra a las personas que conoce por las calles de Ho Chi Minh. Hay tres imágenes: un retrato de Brandy, la hermosa y espigada vietnamita en sus 20 años; una foto de ella con su bebé y una foto de ella de pie junto a una mujer de bata blanca.

En su tercer día en la ciudad, Jerry comienza a desesperarse. Él y Hung Phan piden ayuda a la dueña de un restaurante, cerca de la casa donde Jerry y Brandy vivieron juntos. La mujer se sienta en un taburete, pasa las páginas del álbum de fotos y cuando llega a la imagen de Brandy y la mujer de bata blanca, se detiene. "Ella era la partera de la zona. Ahora vive en EE.UU., pero no nos olvida y a veces viene de visita. De hecho, ayer le vendimos un plato de fideos a su hija". Jerry le ruega que contacte a la mujer, ella acepta.

Kim, la hija de la partera, llega al restaurante el día siguiente. Es una elegante mujer madura, que se aloja junto a su marido -un médico californiano- en un hotel del centro de Ho Chi Minh. Toma el álbum y con sus uñas perfectamente arregladas señala a Brandy y grita: "¡La recuerdo! Éramos buenas amigas y yo ayudé a traer a su bebé al mundo".

Kim identifica el nombre vietnamita de Brandy en la parte posterior de una de las fotografías: Bui, pero no consigue hallar el nombre de su hijo. Cuando el Viet Cong entró en la ciudad, explica, amenazaron con matar a todos los que habían tenido alguna relación con el enemigo. "Mi madre hizo una gran hoguera y quemó todo lo que pudiera asociarnos con EE.UU.". Todos los registros de los nacimientos, cuidadosamente guardados, fueron destruidos.

Conteniendo las lágrimas, Jerry le pregunta a Kim si puede tocar sus manos "porque estas manos sostuvieron a mi bebé y es quizás lo más cerca que jamás estaré de mi hijo". Allí la historia podría haber terminado, en ese pequeño restaurante de Vietnan con gente mirando asombrada a dos estadounidenses que lloran tomados de la mano.

Pero Jerry publica las fotos de Brandy y el bebé en Facebook y explica que está buscando a un hombre de 40 años llamado Bui.

A más de 13.000 kilómetros de distancia, en Albuquerque, Nuevo México, un hombre de 40 años llamado Gary Bui reconoce las imágenes.

"Quiero estar en tu vida"

Jerry vuela a Albuquerque. En el taxi que lo conduce a casa de Gary tiembla de nervios, le acechan dudas de última hora. "¿Me aceptará?", se pregunta. "Ha vivido 40 años esperando a un padre. ¿Va a dejarme acogerlo? Me dijo por teléfono que se ha enseñado a sí mismo a no mostrar sus emociones".

El taxi se detiene en la casa y la familia ya se encuentra fuera, esperando a Jerry. "Eres demasiado parecido, eres casi como yo", asegura mientras sale del taxi y abraza a su hijo. Se aferran el uno al otro por una eternidad, golpeando sus espaldas y llorando. De testigos están los dos nietos de Jerry recién descubiertos.

Poco a poco, Gary comparte su historia. Brandy, al igual que tantas madres de hijos de soldados estadounidenses, abandonó a su bebé y huyó por su vida, pues las tropas del Viet Cong persiguieron a las mujeres y niños del enemigo. El bebé fue confiado a unos amigos que lo sacaron de Saigón, para que se escondiera hasta que la caza de brujas se calmara.

"Vivíamos en la selva, en chozas de barro", dice Gary. "Nunca había suficiente para comer". Fue amenazado por otros niños, que llamaban a su madre prostituta. Cuando tenía 4 años fue llevado a un orfanato y cuatro años después viajó a Nueva York como parte de un programa impulsado por el gobierno de EE.UU. para transportar a miles de niños amerasiáticos a Estados Unidos. Tras ser criado por padres adoptivos, Gary mantiene copias de las mismas fotos que Brandy había enviado a Jerry.

A Jerry le atormenta la culpa. "No sabía que eras huérfano", dice. "Siempre supuse que estabas con tu madre. Tengo tanto que aprender".

La esposa y los hijos de Gary observan la escena con cautela. ¿Qué se le puede decir a un repentino suegro y abuelo, desesperado por conocerlos y quererlos?

"Sé que es tarde, pero quiero estar en sus vidas".

2014-05-03