AFP
La pauta era dar con las huellas que dejó Lionel Messi en Rosario, la ciudad argentina donde nació 13 años antes de emigrar a Barcelona. Encontrar lazos del crack del Barça en su lugar natal coincidía con días en que los medios locales narraban desde allí episodios de delincuencia, linchamientos, y enfrentamientos entre policías y narcotraficantes que supuestamente han ganado terreno en la ciudad el último año. "Tené cuidado que el barrio de Messi es una de las zonas calientes ahora", me advirtieron periodistas de esa ciudad antes de llegar a la que sería mi primera cobertura de terreno en Argentina, pero para narrar una historia presumiblemente más ligera que aquellas que alguna vez me asignaron en Venezuela o Haití.
Entre el temor de no poder acceder a un lugar sitiado por los narcos y delincuentes, y el escepticismo de hallar vínculos reales de Messi en un lugar que dejó con familia hace tantos años, la expectativa de hallar buenos testimonios en Rosario era mínima, aunque uno de sus primeros entrenadores y su médico endocrinólogo, quien le diagnosticó a Messi su enfermedad de crecimiento con 9 años, nos habían asegurado entrevista. El viaje ya se justificaba.
Era cuestión de bajar a la hora de almuerzo a lo que fue su escuela primaria para encontrar niños como Lucas Pavicich, de 12 años, quien se nos acercó para preguntar de qué televisión éramos y enseguida nos contó que es muy amigo de Tomás Messi, un sobrino del futbolista. "Ellos son todos tan normales que no te imaginas que su tío es quien es. Ni hablan de eso", dijo Tomás, dándome la dirección de dónde podría encontrarlos. Luego su madre quiso enfatizar que "la mamá de Leo es muy terrenal", características que después reiteraron casi todos en el mismo tono. "La humildad" parece ser la mayor virtud que todavía atesoran los Messi.
La maestra de Messi, Mónica Domina, muestra una foto del futbolista con sus compañeros en el colegio General Las Heras, en Rosario (AFP / Carlos Carrion)
Mónica Dómina, la maestra que durante cuatro años dio clases al aula donde asistió Messi, -entre los 7 y 11 años de edad- estaba tan encantada de que "unos periodistas franceses" -ninguno de los implicados en la nota- la invitaran a hablar de Leo, que quiso hablar en el patio de la escuela de donde ya jubiló e invitó a otras maestras que también lo conocieron.
Con un montón de recortes de diarios y fotos escolares, Dómina mostró fotos del capitán de la selección argentina cuando era el más chiquito de su clase y nos trajo una tarea de Ciencias Naturales: "‘¿Qué cosas a tu alrededor tienen vida?", era una de las preguntas de la tarea. "El Gato", contesto Messi. -"¿Por qué?" -"Tiene siete vidas".
"Lo que es el destino, el único papelito que guardé ¡era justo la tarea de Leo, de 45 alumnos que tenía!", dijo mostrando la tarea en un papel desgastado con el color sepia del tiempo.
A pocas cuadras, tal como advirtió Tomás, nos encontramos en Estado de Israel, una calle angosta con unas de 10 viviendas, donde la 575 es visiblemente la más acomodada -sin ser ostentosa-, todavía habitada por Celia, la madre de Messi, y alguno de sus tres hermanos. Allí también era cuestión de parar un momento para empezar a escuchar los testimonios o anécdotas sobre la niñez del goleador que amablemente puede contar alguien desde algún garaje o una puerta vecina.
En esa cuadra cualquier joven que esté en sus veintitantos tiene alguna travesura compartida con Messi que contar. Algunos, como Diego Vallejos, puede tenerlo en su Whatsapp, y también una que otra vez sentado en el sillón de su modesta casa, porque sus respectivos hermanos mayores son pareja y padres de dos niños.
Hablan encantados de la fiesta de despedida, cuando se fue la luz o de las escapadas a un campo aledaño en poder del ejército para imitar las rutinas de los soldados sin que ellos los pillaran. En sus recuerdos no hay ínfulas de tener una relación tan cercana con el Mejor Futbolista del Mundo. Tampoco parecen interesados en agrandar la imagen de alguien que para ellos no es mito ni leyenda, es el "amigo de siempre", aun después de casi 15 años en Europa.
Sus familiares cercanos, como su padre Jorge Messi, su hermana Marisol, o sus abuelos, don Eusebio y doña Rosa -como los llaman los vecinos-, aprendieron con maestría a despistar a la prensa para evitar dar entrevistas. Son cordiales cuando alguien les pide una nota, como le sucedió al videasta de AFP con el padre de Leo, a quien encontró en la oficina de la Fundación Messi y al solicitarle la entrevista él pidió que se respetara su adversión a hablar con micrófonos, ante las cámaras o simplemente con una grabadora. Accedió a un cuestionario por e-mail que nunca respondió. "Nunca va a responder", me dijo un allegado al señor Messi, "no les gusta hablar de nada".
La genialidad de Leo con el balón parece serla misma con la que conserva las relaciones que más le importan. Así como en la cancha pareciera que no hay grito desde la tribuna que lo desconcentre, tampoco ha habido distancia o burbuja de fama y fortuna que lo haya desarraigado de su barrio de Las Heras.
Ah, y este barrio no es como la zona caliente de Tijuana ni se compara a un cerro de Caracas o favela de Rio de Janeiro. Es un típico barrio obrero latinoamericano, hoy custodiado por algunos gendarmes que tratan de poner coto a las recientes rivalidades entre vendedores de droga al menudeo, y a los inéditos hechos de violencia.
Pero los amigos de Messi ven todo desde la tribuna: Tranquilos, concentrados en su día a día y también con la misma mirada tímida de su amigo estrella, parecen todos unos buenos muchachos.