Consumación de matrimonios, nacimiento de los herederos al trono inglés y rituales extraños. Todo ocurría en el cuarto, el área más importante del palacio entre los siglos XVII y XVIII, y ante la presencia de los cortesanos.
Cuesta imaginar que acompañar a una persona al baño –mientras hace sus necesidades- pudiera ser una actividad codiciada por muchos. Pero sí, lo era en la corte inglesa de los siglos XVII y XVIII. Una de las mejores cosas que podía pasarle a duques, aristócratas, cortesanos, militares y amigos del rey de turno, era poder compartir ese momento de intimidad con él.
Quien desempeñaba esa labor era la persona más importante del entorno real, y se le conocía como el groom of the stool (una suerte de peón encargado del retrete). Pero el trabajo más sucio no era ese, sino el que realizaba la necessary woman, una mujer que todas las mañanas se encargaba de vaciar la bacinilla que había utilizado el monarca al ir al baño.
En esos tiempos, los excusados tenían un asiento forrado de terciopelo con un borde dorado. Al menos así era el que usaba el rey Guillermo III de Inglaterra (quien reinó entre 1689 y 1702), y que todavía se conserva en el lugar en el que originalmente estuvo en el Palacio de Hampton Court, localizado al suroeste de Londres.
Esta era una de las residencias de la realeza inglesa y, en estos días, alberga la exposición "Los secretos de las alcobas reales", que revela los rituales, los excesos y las actividades más privadas que tenían lugar en los dormitorios de reyes y reinas durante la época del reinado de los Estuardos y los Hannover, desde 1601 hasta 1800, aproximadamente.
"Estos espacios se convirtieron en los más importantes de los palacios: se consumaban matrimonios, nacían los herederos a la corona y se tomaban decisiones de Estado. El rey Carlos II, quien ocupó el trono entre 1660 y 1685, dio inicio a una era muy pública durante su reinado que duró unos 100 años, así que todo lo que ocurría en los dormitorios, tenía testigos", le explica a BBC Mundo Sebastian Edwards, curador de la exposición.
A puertas abiertas
Trabajar para la monarquía era una actividad intensa, las personas tenían que estar a total disposición del rey (o la reina), a cualquier hora y por todo el tiempo que se les solicitara, pero era muy bien remunerada.
"Quienes hacían estas labores tenían la posibilidad de influir en el gobernante de turno y recibir favores. Podían ganar alrededor de US$1.500, lo que equivale a cientos de miles de dólares en la actualidad, y era un trabajo de por vida", señala Edwards.
Bridget Holmes, por ejemplo, fue la necessary woman de cuatro monarcas (Carlos I, Carlos II, Jaime II y Guillermo), y a los 96 años, todavía se encontraba al servicio del último de ellos.
En el dormitorio, el rey se vestía, se desvestía y se afeitaba en presencia de los cortesanos. Para mantener la distancia que imponía su cargo, utilizaba una especie de barandilla alrededor de la cama: quienes lo visitaban, tenían que ubicarse fuera de la barandilla.
Este artefacto también servía para las reinas cuando estaban embarazadas porque tenían que pasar largos períodos en la cama, por lo que recibían visitas estando acostadas. Y cuando el día esperado llegaba, el nacimiento del heredero al trono también se convertía en un momento muy público.
"Los reyes y las reinas no dormían juntos, cada quien tenía su propia habitación, el único objetivo del matrimonio era procrear y garantizar que habría un sucesor a la corona, por lo que el preciso momento del parto tenía que ser presenciado. Así que además de la comadrona, en el cuarto estaban ministros, aristócratas, autoridades religiosas y cortesanos", explica Edwards.
Otra de las costumbres de la época establecía que en la noche de bodas, los recién casados iban a la cama acompañados por la familia, que se sentaba a hablar con la pareja real, hacía chistes y cerraba las cortinas que rodeaban la cama.
Camas que hablan
Un elemento central en la exposición es la cama, y a través de ella, se cuentan muchas historias.
Por ejemplo, en 1714 la reina Anne comisionó la elaboración de una cama suntuosa. Para realizarla se utilizó terciopelo bordado, a un costo que superaba los US$1.000 (en la época, con esa cantidad, seis familias podían vivir cómodamente por un año).
La monarca estaba muy enferma, estuvo embarazada 17 veces, pero nunca llegó a término, en ese momento ni siquiera podía sentarse en la cama, necesitaba la ayuda de una máquina. Según Edwards, Anne pidió que se hiciera la cama para morir en ella, pero falleció antes de poder usarla.
También está la "cama viajera" de Jorge II, hecha en 1716. Era muy sencilla en comparación con las que usaron otros monarcas, pero práctica. Estaba compuesta por 56 partes que se desarmaban con facilidad, lo que revela que el rey y su corte viajaban con bastante frecuencia. La cama iba de Inglaterra a Alemania y viceversa, en ocasiones, incluso llegó al campo de batalla.
La de la reina Charlotte es una de las más extravagantes. Tenía 4.230 flores bordadas a mano que eran idénticas a la planta que se usaba como modelo, ninguna se duplicaba. No se usó para dormir, se mandó a construir para completar la decoración de la habitación.
"Las camas representaban a la persona, quien a su vez representaba a Dios y tenía cualidades semidivinas, por eso eran magníficas", afirma Edwards.
Todas han sido sometidas a procesos de restauración que han durado décadas, algunas tenían orina y marcas de dientes de perro. El costo de los trabajos realizados asciende a cientos de miles de dólares.
Martes 29/10/2013