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Hay un día por invierno en el que los contornos de las casas desaparecen engullidas por el humo en un pueblo aislado, colgado de la sierra árida de Ávila, al noroeste de Madrid.
Aquí las hogueras se conocen como "luminarias" y del hechizo hipnótico que provocan sólo se despierta con el sonido de una gaita y un tamboril seguido del golpe de los cascos contra el empedrado. De pronto, la lumbre ruge y de la sombra emergen caballos y jinetes que saltan y parecen traerlos de una época lejana.
Todo sigue así hasta que los flashes de realismo de las cámaras y teléfonos devuelven al visitante a pleno siglo XXI.
Contra la modernidad de los tiempos, enfrentados a las críticas de grupos de defensa de animales y a los rigores de una crisis que se ha llevado a muchos jóvenes a las ciudades, los habitantes de San Bartolomé de los Pinares mantienen viva la tradición de Las Luminarias con un apego religioso y un orgullo inquebrantable, obligando a sus caballos a cruzar hogueras para "purificarlos".
La tradición celebra a San Antonio Abad, el patrón de los animales. Algunos dicen que se remonta a siglos atrás, cuando las pestes se combatían con rituales católicos de purificación con el humo de las hogueras.
Cuando el campo jugaba un papel más importante, también eran mulas y burros, pero hoy, explican en el pueblo, los caballos han pasado a ser un capricho caro en el que muchos de los 600 habitantes del pueblo invierten dinero y orgullo.
La crisis financiera internacional pinchó la burbuja de la especulación inmobiliaria en España y con el fin del llamado "ladrillazo" se acabaron marchando los pocos jóvenes que quedaban y que vivían de la construcción en los pueblos de la zona.
Sin embargo, no son pocos los que cada invierno regresan para la fiesta. Gema Martín, de 15 años, cabalgaba este año junto a su padre por primera vez a lomos de Noble Décimo, un caballo joven de pura raza española. "Es un reto más con mi caballo, creo que esto podría aumentar la confianza entre nosotros dos," dice la joven jinete.
Hace ya años que el festival también atrae a turistas, periodistas y cámaras aficionados. Asimismo, el poder amplificador de internet ha contribuido a colocar a esta localidad en el centro de las críticas de los grupos animalistas.
"No tiene ningún sentido someter a estos animales a esta situación de estrés contra su propia naturaleza," dice uno de los más críticos entre ellos, Juan Ignacio Codina. "En pleno siglo XXI, es algo completamente anacrónico, no hay ninguna superstición o creencia que ampare un acontecimiento de esta crueldad."
Según el Observatorio de Justicia y Defensa Animal al que representa Codina, y que se centra en el activismo con un énfasis legalista, el festival de Las Luminarias incumple con leyes regionales y nacionales de protección de animales y de espectáculos públicos.
En 2013, la organización presentó una denuncia ante el gobierno regional. En su respuesta, la Junta de Castilla y León, la comunidad a la que pertenece San Bartolomé, justificó que los veterinarios enviados por las autoridades no han detectado que los caballos sufran herida alguna.
"Ni una quemadura, ni un solo caballo herido", dice también la alcaldesa de San Bartolomé de Pinares, María Jesús Martín, que defiende que a ninguno de los caballos se les obliga a saltar.
"Me da mucha rabia que nos insulten sin conocer en absoluto el tema", denuncia Martín. "Nos llaman cazurros, paletos, incluso han llegado a hacer un llamamiento en redes sociales para tirar a la alcaldesa a la hoguera".
Ni siquiera la creación de una asociación apoyada por el cabildo para defender "Las Luminarias" ha logrado hacer pedagogía sobre la supuesta inocencia de la celebración. Este año, muchas de las críticas iban dirigidas a la película Santa Fiesta, un documental que recorre la geografía española de espectáculos sangrientos con una clara pretensión de denunciar su crueldad con el realismo de las imágenes y el sonido.
El director, Miguel Ángel Rolland, que filmó en San Bartolomé de Pinares hace dos años, entiende las tradiciones como una repetición de ritos a la que se añade una parte emocional. "Si esa tradición conlleva un valor negativo, no veo por qué no podemos dejar de practicar algo que nos identifica como grupo pero que nos hace peores".
Ante las críticas, algunos en el pueblo abogan por volver a la moderación de la tradición. Si antes el piorno y el ramo se transportaban en burro, ahora llegan en grandes cantidades en camión, con lo que las hogueras y la humareda aumentan. Hay quienes dicen que lo de obligar al caballo a saltar el fuego tampoco ha sido siempre así, pero que el consumo de alcohol lleva a excesos a medida que la noche avanza.
A las afueras del pueblo, María Dolores Pérez Molina mantiene a duras penas, con ayuda de donaciones que llegan por internet, un santuario con capacidad para una treintena de caballos heridos, malnutridos o abandonados por sus dueños. Ninguno de ellos procede de San Bartolomé, pero Pérez, que durante mucho tiempo ha permanecido en silencio ante la defensa a ultranza de Las Luminarias, ha decidido hablar ante lo que considera un "anacronismo" de sus vecinos.
Un caballo, dice la cuidadora, huye instintivamente del fuego y no entiende de purificaciones. "Puros son hasta que llega la mano del hombre," añade. "No hace falta ser un experto para ver la gran diferencia en la expresión de la cara de un caballo que pasa por las llamas y de otro que crece en libertad".
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