AGENCIA EFE
El primer ministro designado del Líbano, Tamam Salam, ha batido el récord de demora en formar un nuevo gobierno, en un país en el que la creación de un gabinete suele llevar tiempo, pero nunca tanto como los siete meses requeridos hasta ahora por Salam.
Pese a su fracaso hasta el momento, el futuro primer ministro, que fue escogido por consenso por las fuerzas políticas libanesas, asegura que no renunciará por el bien del Líbano, aunque reconoce que hace frente a una "montaña de crisis y obstáculos".
Salam obtuvo el visto bueno, el pasado 6 de abril, de 124 de los 128 diputados del Parlamento para ocupar ese puesto, después de que el jefe de Gobierno saliente, Nayib Mikati, dimitiera en marzo por desavenencias entre los miembros de su gabinete.
Han pasado más de siete meses desde su nombramiento y no se vislumbra una pronta salida al túnel.
Al contrario, el panorama es cada vez más sombrío, ya que en mayo de 2014 está prevista la elección de presidente en el Parlamento, lo que hace correr el riesgo de que el país se dirija a una grave crisis institucional si no se logra un consenso sobre el próximo jefe de Estado y no se forma un gobierno.
El analista político Hyam Malat explicó a Efe que la formación de gobierno en el Líbano no solo depende de las fuerzas locales, sino también de los poderes regionales y, si no hay acuerdo entre ellos, resulta imposible sacarlo adelante.
"Hasta ahora, desafortunadamente, no ha habido convergencias y sin ellas es imposible formar un gobierno", señaló.
Por ello, Malat consideró que un entendimiento entre saudíes e iraníes, cuyos países tienen una gran influencia en el Líbano, podría ayudar eficazmente a que se forme el Ejecutivo, ya que influirían sobre las fuerzas locales para que hicieran concesiones.
En ese sentido, aludió a la gran influencia de Irán sobre el grupo chií Hizbulá, que lidera a las llamadas Fuerzas del 8 de Marzo, mientras que Arabia Saudí mantiene gran ascendiente sobre la Corriente del Futuro, grupo político liderado por Saad Hariri.
Tras superar ayer la anterior marca negativa establecida por Rachid Karamé en 1969 para formar gabinete, Salam, parlamentario por Beirut y procedente de una familia política tradicional suní, aseguró que su misión se ha complicado tras "una montaña de crisis políticas acumuladas, en el plano interno y externo".
Pese a esa "infinidad de dificultades y obstáculos", reiteró que es paciente y que su objetivo ha sido siempre el interés nacional.
El Líbano, eslabón débil de la cadena medioriental, ha sido tradicionalmente chivo expiatorio en las crisis regionales, agravadas en la actualidad por la guerra siria, cuyas repercusiones son cada vez mayores en este pequeño país integrado por 18 comunidades religiosas, cuyo equilibrio es muy difícil de mantener.
En la actualidad, el país está dividido entre partidarios y detractores del presidente sirio, Bachar el Asad, cuyo gobierno controló durante casi tres décadas, hasta 2005, a su pequeño vecino.
La coalición prosiria de las Fuerzas del 8 de Marzo exige la formación de un gobierno de unidad nacional en el que todos los grupos y partidos políticos estén representados de acuerdo a sus escaños en el Parlamento, una fórmula que le otorgaría el derecho a veto.
Sin embargo, sus rivales del 14 de Marzo, prooccidentales, exigen un gobierno neutro para administrar los asuntos del Estado antes de la elección presidencial, y rechazan la presencia de miembros de Hizbulá en el ejecutivo si no retira antes a sus combatientes de Siria.
La división llevó también a no alcanzar un acuerdo sobre una ley electoral que rija las elecciones parlamentarias, previstas para junio pasado, lo que hizo que los diputados prorrogaran su mandato hasta noviembre de 2014.
Para Samir Nader, economista y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Americana de Beirut, ninguno de los bandos rivales está dispuesto a hacer concesiones para facilitar la formación de un gobierno.
"Se necesita un acercamiento saudí-iraní para gestionar las diferencias", afirmó al diario libanés "Daily Star", al tiempo que agregó que "una guerra suní-chií destruiría ambos países y no traería la paz ni al Líbano ni a la región".