Un fuerte olor a madera y barniz envuelve a cada visitante que acude al reino del israelí Amnon Weinstein, de 74 años, en Tel Aviv: su taller convertido en un universo de violines de todos los tamaños y colores. Muchos llevan la estrella de David en la parte posterior.
"Son simples instrumentos de músicos de Klezmer", cuenta Weinstein en referencia a ese género musical judío. "Pero para mí son de los más valiosos que tengo".
Ya de joven, reparaba instrumentos de cuerda, como su padre, Moshe Weinstein, uno de los primeros fabricantes de violines de Israel. Los padres emigraron en 1938 de la entonces polaca Vilna a Palestina huyendo de los nazis.
"No conocí de niño los conceptos ‘abuelo’, ‘abuela’ o ‘tío’, ‘tía'", recordó Weinstein. Excepto sus padres, ningún miembro de su familia sobrevivió a la guerra y al Holocausto.
Pero Weinstein no fue consciente hasta los años 80 que había vivido a la sombra del Holocausto: durante una reparación se encontró dentro de un viejo violín lo que parecía polvo negro, que no era otra cosa que cenizas. Cenizas de Auschwitz. Y el dueño del instrumento había tocado en una de las orquestas masculinas del campo de concentración.
A mediados de los años 90 decidió recopilar violines de los campamentos, ghettos o encontrados en el bosque entre los partisanos, y restaurarlos. Actualmente tiene entre 40 y 50. "En el fondo sólo continué lo que mi padre ya había empezado", cuenta.
Después de 1945 músicos judíos desesperados llegaron a su taller diciendo: " o compra mi violín o lo quemo!". No querían tocar más instrumentos fabricados por alemanes o que habían acompañado a prisioneros del campo de concentración a la muerte.
Weinstein no se esfuerza solamente en volver a hacerlos aptos para tocar, sino que su objetivo es descubrir tanto como le sea posible sobre sus hallazgos. En el mejor de los casos el dueño es conocido, o en caso de que no, una inscripción y una estrella de David prueban su origen judío. A veces sólo sabe dónde se utilizaron los violines o qué secretos esconden.
En la mayor parte de los casos son historias de transmisión oral como la del "Violín de Drancy". De camino hacia o desde el campo de prisioneros de la localidad francesa, el tren que los llevaba paraba en cada estación. Y un hombre aprovechó para tirar su instrumento y gritar a quienes esperaban en el andén: " Tomen mi violín! En el lugar al que voy no durará mucho". Y a través de varios rodeos ese violín llegó a las manos de Weinstein. "Hasta ahora fue mi reparación más difícil".
Las experiencias traumáticas de Weinstein en relación con ello ponen de manifiesto otro lado oscuro de la historia: un amigo fabricante de violines de Estados Unidos hizo llegar al israelí un viejo violín adquirido en un mercadillo. Y cuando Weinstein retiró la cubierta apenas pudo creer lo que vio: " Una cruz gamada de grafito grabada con una fuerza increíble en la oscura madera! Y al lado: ‘Heil Hitler 1936′".
"Ese violín no lo repararé nunca", dijo Weinstein. "Debe quedar así y recordarnos con qué brutalidad se actuó contra la cultura judía". Weinstein cree que el dueño del violín nunca conoció el mensaje. "Probablemente un aprendiz tonto del taller abrió y mancilló el instrumento en secreto a escondidas de su maestro en un taller. La mayoría de los fabricantes de violines no eran seguidores nazis".
En pocos días ocho de los violines restaurados conocidos como "violines de la esperanza" sonarán en un concierto homónimo en Mónaco, entre ellos a manos del músico turco Cihat Askin. Uno de ellos será el "violín de Drancy". "Cuando devolvamos esos instrumentos a la vida, los hagamos tocar ante el público y ese público llore de emoción, entonces ello será la mayor prueba de que los nazis fracasaron", concluye Weinstein. /DPA