A escasa distancia del paso fronterizo de Colchane, entre Chile y Bolivia, por donde cada día transitan de forma irregular cientos de migrantes venezolanos, un pequeño y modesto albergue supone el primer refugio frente al frío y el largo peregrinar por el inclemente altiplano.
Un recinto, a casi 3.700 metros de altura sobre el nivel del mar, con un puñado de tiendas de campaña, incapaz de absorber un flujo que oscila entre 200 y 400 migrantes diarios y al que Efe tuvo acceso en exclusiva.
"Nosotras llegamos acá después de caminar desde principios de noviembre, cuando salimos de Venezuela. El frío es devastador, pero al menos podemos descansar y evitar los peligros que vimos en el viaje", explica a Efe Lisette Andrade, de 32 años y quien acaba de llegar sola, con dos niñas de 5 y 3 años y un bebé de pocos meses.
A escasos kilómetros de este lugar, quienes no han conseguido cupo en el albergue deambulan por la ruta internacional CH-15 rumbo a la ciudad de Iquique —a casi cuatro horas de distancia en automóvil—, llevándose las manos a la boca repetidas veces y diciendo: "¡Agua!".
El colapso fronterizo
No hay consenso sobre la magnitud del movimiento migratorio irregular que desde hace un año vive Chile: en 2022 ya se han registrado casi 3.000 ingresos irregulares a través de pasos clandestinos y 2021 cerró con la llegada de más de 23.000 personas, según cifras de la Policía.
El campamento de Colchane, levantado por el Gobierno, poco puede hacer frente a semejante ola: con un total de 13 carpas de campaña, clavadas al yermo del altiplano, en sus precarias instalaciones los migrantes pasan entre dos y tres días a la espera de un transporte que les permita continuar la ruta.
Una espera que se volvió más angustiosa y difícil hace una semana, cuando camioneros bloquearon durante unos días la ruta en protesta por el aumento de la inseguridad en la zona y que abrió una nueva oportunidad a los coyotes, que se aprovechan de la desesperación de los que caminan.
La travesía de los migrantes también se ha complicado por la nueva ley migratoria y la militarización de la zona decretada hace una semana por el Gobierno, que dificulta el movimiento y multiplica el hacinamiento en el desbordado campamento de Colchane.
"Pido disculpas al Gobierno chileno por cosas malas que hayan hecho los venezolanos. Pero no es justo que por lo que hayan hecho 20 paguen 2.000 personas. Quiero llegar a Santiago y trabajar de verdad, no nos pueden meter a todos en el mismo saco", explicó a Efe Luis Montillo, de 25 años, mientras decenas de migrantes protestaban a las afueras de un recinto aduanero.
Esa misma noche, una hilera infinita de personas aguardaban para usar los baños móviles: una intoxicación alimenticia, posiblemente producto del almuerzo que se consumió esa tarde, afectó a más de 60 adultos y niños y varias ambulancias tuvieron que asistir a los más descompensados.
"Agradezco en el alma la ayuda, pero fueron seis días donde el almuerzo era muy poco para el hambre que teníamos", afirmó a Efe Jaden Medina, venezolana de 24 años que logró partir a Iquique.
Deshidratación, hipotermia, estrés y hambre
Los fuertes vientos, que llenan de tierra la ropa recién lavada en improvisados recipientes de plástico, son durante el día el único alivio ante las altas temperaturas.
Por la noche, sin embargo, el termómetro marca bajo los cero grados y el frío se hace insoportable, especialmente para familias que solo se arropan con camisetas y sandalias en los pies.
Los menores de edad "llegan en malas condiciones, deshidratados, con quemaduras de segundo grado en la cara y en los labios por las temperaturas extremas", dijo a Efe la enfermera María José Fernández, a cargo del equipo de salud del campamento.
Los más pequeños y los enfermos crónicos son quienes presentan más complicaciones, amplificadas por la falta de oxígeno en la altura altiplánica.
Jóvenes que llevan dos semanas comiendo pastas de arroz con mantequilla, ataques de pánico y otras sintomatologías de estrés se ven regularmente en la línea fronteriza.
"Fue un total reto que pudimos superar", subrayó a Efe Jaden, quien junto a su hijo y su esposo tuvieron que ser evacuados de un campamento que, según organizaciones humanitarias, no se ajusta a los estándares mínimos internacionales.
EFE