Redacción 2001
El movimiento francés de Mayo del 68, del que se cumplen 50 años, puso el embrión para el combate feminista, pero también tuvo sus daños colaterales: la mujer vista como un objeto y el sexo considerado una “mera mercancía”.
Libros como “L’autre héritage de 68” (”La otra herencia del 68”), de Malka Markovich, o “Filles du 68” (”Hijas del 68”), de Michelle Perrot, han hecho balance del impacto en la lucha feminista medio siglo más tarde de la revolución cultural y social que paralizó Francia e influyó en los países occidentales.
Mientras los hombres copaban los puestos de liderazgo -con Daniel Cohn-Bendit y Alain Geismar a la cabeza-, las mujeres se organizaron alrededor del Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF) para, entre otras reivindicaciones, pedir el derecho a la píldora anticonceptiva y al aborto, dos conquistas que se conseguirían en años posteriores al 68.
“Ellas tenían una creatividad fantástica, pero su voz caía en el desierto, un desierto formado por una marabunta de hombres que no querían cuestionarse las antiguas relaciones entre hombres y mujeres”, denunció a EFE la historiadora Markovich, nacida en 1959.
“Mayo del 68 desembocó en un movimiento feminista esencial para la evolución social de Francia, (…) pero también ha tenido daños colaterales”, agregó.
Daños que se plasman en convertir a las “mujeres en meros objetos sexuales” en el que se mezcló de forma caprichosa “libertad, libertinaje y, en algunos casos, pedofilia”, a su juicio.
Eslóganes como “disfrutar sin límites”, “mi cuerpo me pertenece” y “prohibido prohibir” se volvieron contra las propias mujeres en el momento que se asumió que cuerpo y mente de las féminas podían ir por separado.
“Este hecho banalizó los comportamientos más ancestrales y arcaicos y permitió la eclosión de una industria sexual capitalista”, lamentó.
Del rol femenino en el 68 hay muchos documentos gráficos -uno de ellos, el de una joven enarbolando la bandera de Vietnam en la plaza parisina de Edmond-Rostand, se convirtió en icono de la revolución-, pero ni casi rastro de su participación en los primeros rangos del movimiento.
“Había mucha virilidad en el movimiento (…) con pocas mujeres en las delegaciones estudiantiles”, señala Perrot (París, 1928) en el prefacio de su obra, que recoge los testimonios de mujeres que tenían entre 15 y 54 años en el periodo del movimiento.
El libro de la historiadora recoge emocionantes testimonios de jóvenes madres para las que Mayo del 68 supuso la luz al final del túnel y de otras que, en la cincuentena, vivieron el movimiento también a través del implicación de sus hijos.
Para Perrot, el legado más importante para las mujeres fue el de “liberación” de la palabra en público.
“Hubo un antes y un después: antes el silencio reinaba y las preguntas se las hacía una misma. Después, se liberó la palabra y fue entonces cuando comenzaron a aparecer soluciones”, sostiene.
Cincuenta años más tarde del 68, estereotipos franceses como el de la galantearía masculina siguen enraizados, a pesar de que se han puesto en tela de juicio a partir del movimiento de denuncia de acoso y agresión sexual “#MeToo” de finales de 2017.
“Detesto la idea de la galantearía. Significa una relación jerárquica, una visión desfasada de las mujeres”, apuntó Markovich.
Para Perrot, la galantearía “transforma las relaciones entre los sexos en una especie de comercio del espíritu del que el corazón y los sentidos no forman parte”.
“Se trata de un juego mental. Es lo contrario a la pasión”, resumió la autora en una entrevista en la radio “France Culture”.
El cine presente. La escasez de celuloide, las huelgas en los laboratorios cinematográficos y la represión policial en Mayo del 68 no consiguieron frenar a muchos cineastas, profesionales y “amateurs”, que seducidos por las protestas se propusieron grabarlo todo para producir filmes militantes e intentar revolucionar el cine. “Era difícil, pero nos movía el entusiasmo y estábamos muy movilizados”, aseguró a Efe el director de cine Jean-Denis Bonan, miembro del Taller de Investigación Cinematográfica (ARC, por sus siglas en francés), el colectivo que más imágenes grabó durante aquellas movilizaciones.
Aunque ha pasado medio siglo, el director de “Le joli mois de mai” (El bonito mes de mayo) recuerda perfectamente cuando, el 24 de mayo de 1968, varios antidisturbios le aporrearon en París para intentar quitarle la bobina que tenía en la mano y que no soltó “hasta que llegó la ambulancia”.
Su colectivo ARC ya realizaba cine militante en 1967, pero fue en 1968 cuando el sector cinematográfico se movilizó con la creación de los Estados Generales, una asamblea formada por profesionales del séptimo arte como Jean-Luc Godard o François Truffaut, cuyo primer logro fue conseguir la anulación del emblemático festival de Cannes.
Los Estados Generales nacieron de un grupo que se había formado ya en febrero para protestar contra la decisión del ministro de la Cultura de expulsar al dirección de la Cinemateca, Henri Langlois. “Querían reestructurar la industria cinematográfica francesa y su enseñanza”, afirmó a Efe el experto en cine de Mayo del 68, David Faroult, que hoy es profesor en la prestigiosa Escuela Nacional superior Louis-Lumière, cuartel general de los cineastas militantes durante las protestas de 1968.
Su objetivo era “filmar lo máximo posible” para hacer una especie de “gran película de síntesis” del movimiento, que nunca llegó a ver la luz por falta de consenso.
A pesar de la diversidad de opiniones, muchos coincidían en que el cine debía ponerse “al servicio de los obreros y de los estudiantes” para “hacer contrainformación”.
Algunos, como Chris Marker o Godard, incluso dieron cámaras a los obreros y les enseñaron a filmar, lo que originó los grupos “Medvedkine”, en los que profesionales y trabajadores de las fábricas de Besançon y Sochaux (noreste) colaboraron para crear películas como “Classe de lutte”.
2018-05-12
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