EFE
En su reciente visita a Israel y Palestina el presidente de EEUU, Donald Trump, dejó contentas a ambas partes y habló de la necesidad de paz, pero quizás más importante que lo que dijo es lo que no mencionó: asentamientos, Estado palestino, embajada, concesiones, fronteras.
Acostumbrados durante ocho años a las intervenciones de Barack Obama, que si bien apoyaba sólidamente a Israel no ocultaba sus críticas a la política de colonización de su gobierno, los discursos sin reproches de Trump fueron muy bien recibidos por las autoridades israelíes, en especial por el primer ministro, Benjamín Netanyahu.
Trump no condenó la ampliación de los asentamientos judíos en Cisjordania y Jerusalén Este, que hasta ahora la Administración estadounidense había calificado de ser "un escollo para la paz".
Tampoco en ningún momento mostró su apoyo a la denominada "solución de dos estados", que supone el establecimiento de un Estado palestino independiente y que hasta ahora es la única visión para la paz que avala la comunidad internacional.
No mencionó el derecho a la autodeterminación de los palestinos, ni por supuesto el más conflictivo derecho de retorno de los refugiados, reconocido por la legislación internacional pero que los países someten a la conclusión de un acuerdo de paz.
Ni habló de las concesiones que ambas partes deberían hacer, sobre todo territoriales, para acordar unas fronteras, ni de un posible reparto de la soberanía sobre los principales lugares de culto en Jerusalén.
El único guiño a los palestinos de Trump fue decir que está convencido de que su presidente, Mahmud Abás, está preparado para acordar la paz.
La derecha israelí, sobre todo la más extrema, también echó de menos otros pronunciamientos, tras las esperanzas que habían depositado en el nuevo inquilino de la Casa Blanca con sus declaraciones proisraelíes, como su promesa de trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, vista como una aprobación a la ocupación israelí de la parte palestina de la ciudad.
Trump no habló del traslado de la embajada y tampoco incluyó en su discurso el reconocimiento explícito de la conexión del judaísmo con Jerusalén, limitándose a afirmar los "inquebrantables lazos del pueblo judío con Tierra Santa".
Ni hizo ningún reconocimiento de Jerusalén, o al menos de su parte oeste, como capital de Israel, ni tampoco, por supuesto, del este como capital palestina.
Condenó la violencia palestina, aunque con afirmaciones genéricas incluidas en su condena general del terrorismo y al islam radical en la región.
"Igual que una noche con mucho alcohol, Trump dejó a su partida una sensación de profundo vacío", criticó el comentarista del Canal 10 de noticias Nadav Eyal.
Más dura fue la analista del Yediot Aharonot Sima Kadmon, que calificó las intervenciones de Trump de "clichés" y "ceremonias superficiales".
"No mencionó ni una sola vez la solución de dos estados. No habló de negociaciones ni siquiera de un proceso de paz. No necesitábamos al líder del país más poderoso del mundo para que venga a decirnos que hacer la paz no va a ser fácil pero que con determinación, compromiso y fe será posible. Eso ya lo sabemos nosotros", aseguró.
Otro analista, Shlomo Shamir, advirtió en el periódico Maariv que la buena relación de Trump con Israel pasará factura a Netanyahu, que no podrá calificarlo de "hostil" al país cuando este venga a hacer demandas concretas que lleven a la paz.
Porque lo que sí quedó claro es que Trump ha jugado sus cartas a la paz en la región y se ha comprometido a involucrarse personalmente en esta cuestión.
Está por ver, cuando vea que ni unos ni otros son capaces de llegar a ningún acuerdo, cómo reaccionará y qué demandas impondrá a cada uno.
De sus discursos se puede deducir que para él, la clave de la resolución del conflicto está en la iniciativa árabe y que tratará de impulsar un acercamiento de los países vecinos a Israel para que de éste derive un acuerdo de paz.
Una solución en la que podría jugar un papel clave el primer país visitado en ésta, su primera gira al extranjero, Arabia Saudí.
2017-05-27