María Corina Machado
Era miércoles, hacia las cinco de la tarde, cuando llegamos a Upata. Es la puerta de entrada al sur del estado Bolívar y parte de la zona que el régimen ha llamado el Arco Minero, rica en minerales, como oro, coltán y diamantes; que se ha convertido en el centro de confluencia y lucha a muerte entre las mafias del país.
Antes de iniciar nuestro recorrido, varias personas nos advirtieron sobre el riesgo que implica visitar una zona en la cual, los propios cuerpos de seguridad del Estado son incapaces de ejercer la seguridad y la custodia de nuestra soberanía nacional.
Sin embargo, aunque el régimen ha permitido la desintegración de nuestro territorio, por la presencia de grupos criminales e irregulares del narcotráfico, del contrabando y hasta del terrorismo, nosotros tenemos el deber de llevarle un mensaje de lucha y esperanza a la gente, facilitar su organización y escuchar hasta al último venezolano en la comunidad más aislada del país. Debemos transmitirles que no están solos, que Venezuela los acompaña y que el mundo entiende la naturaleza de la lucha que estamos dando.
Llegando a Upata nos enviaron mensajes diciendo que ni siquiera nos iban a dejar entrar a la ciudad. Lo hicimos, y nos recibieron cientos de vecinos, que con fuerza y entusiasmo caminaron junto a nosotros durante varias cuadras. Al llegar a la Plaza Bolívar, tuvo lugar el atentado, con una violencia que no había visto antes, usando todo tipo de palos, tubos, huevos y piedras.
Este nivel de violencia nunca es espontáneo, fue una orden directa de Maduro, quien es el responsable de las agresiones y lesiones a 25 personas, entre miembros de nuestro equipo y ciudadanos de Upata. Como también es culpable de la muerte de niños por difteria y paludismo, y las de decenas de mineros, que están siendo masacrados cada mes.
Lo que hoy rescato y celebro es la solidaridad y la valentía de la gente de Upata, que nos acogió y nos defendió. Después del ataque, muchos nos pidieron que regresáramos a Caracas. En el equipo ninguno lo dudó un instante: debíamos continuar. Al día siguiente teníamos convocada una protesta en Ciudad Guayana, nada menos que en la emblemática La Churuata, centro de las protestas y de la resistencia de la ciudad.
Todos supimos que la actividad del día siguiente sería un punto de inflexión: comprobaríamos si el régimen había logrado imponer el terror o si la valentía lo superaba.
Llegando a La Churuata, me bajé del carro unas cuadras antes; inmediatamente sentí una energía vibrante que me llegó al alma: sabía que estaba viviendo una demostración de coraje admirable.
No fue sólo las más de mil personas que llegaron a pie hasta ese lugar; fue la energía contagiosa, y el mensaje a la tiranía: en el mismísimo epicentro del terror de las mafias, la determinación de los venezolanos se alzó, demostrando que no nos rendiremos jamás hasta salvar a Venezuela.
Nos tardó muchos años lograr que el país y el mundo se convencieran de que en Venezuela se había acabado la democracia. Muchos se negaron a llamar esto dictadura. Hoy, corresponde asumir que ya no se trata de una dictadura más, la realidad es mucho más grave.
En Venezuela no hay una “crisis”. En Venezuela hay un conflicto. Pero NO es un conflicto interno, entre los venezolanos. Es un conflicto transnacional. Su carácter no es de orden político, sino de orden criminal.
Pretender darle soluciones políticas convencionales a un conflicto de esta naturaleza, será infructuoso y devastador, como ha ocurrido hasta ahora.
Un sistema criminal es capaz de provocar consciente y sistemáticamente la destrucción de la Nación; de su territorio, población e instituciones, aún sabiendo que eso será condenado internacionalmente. Los criminales no responden a los mismos incentivos y presiones ante las que actuaría una dictadura convencional.
Además, el régimen de Maduro, con Cuba ejerciendo cada día un control más feroz, no se limita a destruir nuestra población y recursos; su propósito es utilizar, cada vez más, a Venezuela como foco de la desestabilización y penetración del crimen en otros países de la región, a través de redes mafiosas que operan libre e impunemente desde territorio venezolano.
¿Quiere decir esto que se ha dificultado el quiebre final de la tiranía? ¡Absolutamente NO! Porque ya está clara su verdadera naturaleza y propósito y hemos descartado las prácticas apaciguadoras y “oxigenadoras” que los cubanos, el régimen y sus agentes, pretenden imponer. Llámense éstas falsos diálogos, farsas electorales, reconocimientos mutuos, convivencia o lo que sea.
Develar al Estado Criminal, ha hecho que, por fin, la comunidad internacional se cohesione en una estrategia sólida con una ruta progresiva de presión. La delincuencia organizada que opera desde nuestro territorio sabe que, al resecarse sus fuentes de financiamiento, los intereses particulares y las ambiciones de poder van a resquebrajar sus estructuras exponiendo sus propias vulnerabilidades, por ello se apresuran a buscar acuerdos políticos que les sirvan de mampara para sus crímenes. De allí que nuestra posición siempre ha sido clara; con los capos de la delincuencia internacional sólo se negocia su rendición, no puede ni debe existir otra política pues es la única que entienden los criminales.
Frente a esta realidad, no queda duda que el conflicto está escalando. El enfrentamiento entre los grupos criminales, dentro del régimen demuestra que las sanciones sí funcionan.
Para que las fuerzas externas -diplomáticas, policiales, financieras y judiciales- funcionen, se requiere una articulación y sincronización con las fuerzas de adentro: populares e institucionales, civiles y militares. Y estas fuerzas internas tienen que alinearse con una dirección política confiable; valiente y coherente; no chantajeable.
El país sabe quién es quién; y el mundo también.
2018-11-03
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