Ya hemos hablado anteriormente sobre esa frase que tanto corre en estos tiempos, “Venezuela se arregló”.
La escuchamos pronunciar más con sarcasmo que como afirmación, para molestia de quienes pretendían lanzar una tenue cortina de humo sobre nuestros males.
Sin embargo, es la única cosa que nos viene a la cabeza cuando vemos que la tasa de variación anual del Índice de Precios al Consumidor en Venezuela en octubre de 2022 ha sido del 155,8%; mientras la inflación acumulada del año es del 119,4%.
Y eso que ni siquiera hemos cerrado el año.
Huele a manipulación
Quizás lo que esté sucediendo es que algunos manipuladores de oficio consideran esta cifra como una gran victoria, si la comparamos con el negro y largo episodio de hiperinflación que vivió Venezuela.
En nuestra tierra registramos los peores picos de la hiperinflación en 2018, con 65.374,08%; 2019 con 19.906,02% y 2020, con un 2.355,15%.
Por supuesto, si la vara para medir es la mediocridad, podríamos decir que el país se arregló. Esto, en caso de que el pasatiempo sea comparar números malos con números peores.
La cosa es que todos tenemos acceso a la información y aún podemos enterarnos de que nuestras subidas de precios son superiores a las de toda la región sumadas.
¿Qué se arregló?
El mencionado indicador promediará un 11,2% para este año entre todos nuestros países, de acuerdo al Fondo Monetario Internacional.
Y la cosa se pone peor si tomamos en cuenta que esos años de hiperinflación sin duda dejaron una profunda huella de devastación en nuestra economía y toda nuestra estructura productiva.
¿Cuáles fueron las causas de este adverso período del cual aún no terminamos de salir, por más que muchos lo afirmen?
Quizá el peor de nuestros males en este sentido tiene que ver con el excesivo e innecesario intervencionismo por parte del gobierno central en aspectos económicos que deberían ser dejados a la empresa privada y al libre mercado.
También se cayó en la peligrosa tentación de inyectar dinero inorgánico en la economía, una medida desesperada que se suele tomar cuando el mal ya está hecho y que, lejos de remediar nada, empeora las cosas a la enésima potencia, como ya hemos podido padecer en carne propia.
La deuda tampoco se arregló
El crecimiento de la deuda externa en las dosdécadas anteriores es otro error que tiene consecuencias a largo plazo y que estamos pagando hoy.
Esto, conjuntamente con las tristemente célebres expropiaciones de aquellos años, que no solamente fueron inefectivas en cuanto a productividad, sino además asustaron a sectores productivos que decidieron bajar la santamaría, creando escasez y subida de precios sostenida.
Para muestra un botón: han revertido algunas, otras simplemente duermen el sueño eterno.
En este escenario proclive a la combustión espontánea, una administración mareada de petrodólares desdeñó la producción nacional para importar en forma desventajosa para nuestros productos.
Cuando los precios del petróleo cayeron, nos quedamos sin el chivo y sin el mecate. Y los precios, para arriba.
Asunto de claridad meridiana
Si algo tenemos claro, es que seguiremos siendo un país profundamente herido en sus indicadores económicos mientras no se motive la producción nacional y se priorice la obtención de materia prima para reactivar la industria del país.
No, no nos hemos arreglado.
Estamos peor que muchos países que con menos recursos nos superan en desempeño económico y en bienestar para sus ciudadanos.
Todos los pecados capitales cometidos para implosionar la economía nacional y por lo tanto generar inflación, se siguen cometiendo.
Estamos en un terreno movedizo, en el cual la reiteración de los mismos errores nos puede lanzar a una situación peor en cualquier momento.
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