AFP
Cada domingo, al anochecer, ajustan cuentas con un pasado de prohibición. Lo hacen bailando, vistiéndose como roqueros y cantando a todo pulmón la música de The Beatles que alguna vez censuró Cuba.
Es una paradoja. La pasión por The Beatles, que reúne a cubanos de entre 60 y 75 años, no solo es pública, sino que se vive a diario en un club nocturno del mismo Estado que antes los obligó a una beatlemanía casi clandestina.
Melenudos canosos, veteranas en minifalda y botines negros, y panzones enfundados en camisetas alusivas al Cuarteto de Liverpool, llegan al Submarino Amarillo, un bar con música grabada y en vivo, ubicado en barrio El Vedado de La Habana.
A simple vista pareciera una fiesta retro. Hay carteles, letras de canciones reproducidas a gran escala, y caratulas de discos de The Beatles. Y sobre el escenario Eddy Escobar, un roquero de 46 años considerado el mejor intérprete cubano de la música del legendario grupo.
Para los más de 100 asiduos asistentes es mucho más que revivir el recuerdo.
"No es la nostalgia, sino el derecho a vivir lo que no pudieron vivir por todas esas contradicciones (políticas) que hubo", dice el periodista Guillermo "Guille" Vilar a la AFP.
A los 65 años, Vilar es el director artístico del Submarino Amarillo. También fue uno de los organizadores de un concierto en 1990, por el décimo aniversario de la muerte de John Lennon, en un céntrico parque de La Habana, cuando todavía el Estado no propiciaba lo que antes censuraba.
Como el ya famoso bar, hoy funcionan al menos otros cinco en la isla, todos estatales. Incluso uno de ellos, el de Holguín (este), fue iniciativa de Miguel Díaz-Canel (56), dirigente del Partido Comunista y posible sucesor de Raúl Castro.
Matrimonio "beatle"
Cuando la fiebre de The Beatles se tomaba el mundo, Gisela Moreno (64) y Héctor Ruiz, (65) ya eran novios y compartían del gusto por el rock.
Pero estaban en la naciente Cuba revolucionaria y socialista, y el gobierno que dirigía Fidel Castro impuso una dolorosa censura en los medios: la de la música en inglés, el idioma del agresivo enemigo estadounidense.
La cultura anglosajona quedó bajo sospecha. Un cubano podía ser tachado de "diversionismo ideológico" y enfrentar la censura social.
Gisela y su esposo recuerdan que se dejó de escuchar música en inglés. En las secundarias básicas donde estudiaban, se exigía pantalones anchos en vez de los ajustados de moda, y no se aceptaban ni las melenas ni las minifaldas.
Pero los entonces adolescentes no se rindieron. Sintonizaban emisoras estadounidenses en radios de onda corta, y reproducían la música de The Beatles.
Cuando un viajero, incluso funcionarios, les prestaba un disco lo llevaban a un estudio de grabación estatal para que lo reprodujeran en toscas placas metálicas.
En fiestas privadas, "tú la ponías en un tocadiscos de aquella época y aquello se oía el ruido y por atrás se oía la música, era un desastre, pero bueno, ahí estaban los Beatles", recuerda Ruiz.
Hoy esta pareja de economistas devenidos hospederos de turistas, tienen su refugio beatlemaníaco en su casa: fotos, carteles, camisetas y hasta una réplica de la licencia de conducción de Lennon, amén de la música.
Cuando pueden van al Submarino Amarillo a disfrutar una afición que alguna vez les fue vetada.
Fidel y Lennon
A unos 50 metros del Submarino Amarillo, hay una estatua de John Lennon, develada en 2000 por Fidel Castro.
Ver a Castro junto a la estatua "Nunca nos pasó por la mente…nos parecía una cuestión de ciencia ficción", dice Moreno al recordar el acto.
Un ministro melenudo, Abel Prieto (66), auspició esa histórica reconciliación de la Revolución con The Beatles.
"Lamento mucho no haberte conocido antes", se le escuchó decir a Castro en el acto, transmitido por la televisión.
El histórico líder, fallecido en noviembre último, se dirigió a Lennon, y se excusó diciendo que no era culpable de la censura, pues entonces estaba concentrado en las tareas de gobierno.
El Lennon de bronce, del escultor José Villa, se convirtió espontáneamente desde entonces en lugar de peregrinación de cubanos y turistas extranjeros.
A la escultura la envuelve incluso el misterio. En tres ocasiones le robaron las gafas de metal, por lo que ahora las nuevas están bajo custodia de un guardia que apenas las cede para las fotos.
Aun cuando pareciera tarde, la música de The Beatles prende entre los jóvenes. Escobar y otros músicos cubanos la propagan. Los medios también.
"Los Beatles llegaron para quedarse y a todo el que pueda yo lo inoculo", afirmó Escobar.