EDITORIAL
Desde 1998, al proceso de hoy, se han celebrado en Venezuela un promedio de dos elecciones por año. Este evento, que se ha vuelto tan cotidiano en el país, era una rareza a finales del siglo XIX y pasó por muchos cambios para llegar al modelo actual, en el que el sufragio universal, directo y secreto, para todos los venezolanos (hombres y mujeres mayores de 18 años) es la norma y no la excepción.
Aunque ya para 1830 algunos venezolanos (hombres, mayores de edad y con alguna capacidad de sustento) tenían acceso al voto, no fue sino hasta 1946 cuando las venezolanas lograron el derecho a votar, por lo que es que algunas de nuestras abuelas hayan llegado a la mayoría de edad sin soñar siquiera que podrían elegir a un mandatario (pensar en una mujer candidata era algo inaudito).
Si miramos un poco más atrás, encontramos que el sufragio universal, directo y secreto como lo conocemos hoy día, es una conquista relativamente reciente. Hasta hace dos siglos era impensable que hombres negros, pardos, indígenas y mujeres, sin importar etnia, pudiesen siquiera alzar la mano en una consulta. Sudáfrica, país que llora hoy la partida del líder Nelson Mandela, considerada la persona más admirada unánimente durante muchos años, pudo celebrar elecciones abiertas hace menos de veinte años, en 1994, cuando tal vez algunos de nuestros hijos nacieron.
Aquella vez largas colas de hombres y mujeres negros dibujaron el camino a un país mejor. Por si no lo recuerdan, es realmente en 1989 cuando Venezuela se empieza a elegir directamente a los alcaldes, antes era una elección de segundo grado.
Hoy los hombres y mujeres venezolanos podemos honrar la lucha de cientos de personas que arriesgaron su vida y su libertad para alcanzar esta conquista. Lo podemos hacer con el simple pero influyente acto de votar. Tengamos presente que el voto es un instrumento que nos permite ser, en parte, dueños del destino de Venezuela.
2013-12-08