Comer sano es fundamental para mantener una buena salud física y mental. Una alimentación equilibrada aporta los nutrientes necesarios para que nuestro cuerpo funcione correctamente, fortalece el sistema inmunológico y reduce el riesgo de enfermedades como la diabetes, la obesidad o problemas cardíacos. Además, influye en nuestro estado de ánimo, concentración y niveles de energía.
Sin embargo, muchas veces sentimos antojos de dulces o comida chatarra. Esto se debe a varios factores como el estrés, la falta de sueño, los cambios hormonales o incluso la costumbre. Estos alimentos suelen tener altos niveles de azúcar, sal y grasa, que estimulan el sistema de recompensa del cerebro, generando una sensación de placer momentáneo.
El cuerpo, entonces, los vuelve a desear como una forma rápida de obtener energía o aliviar tensiones. Pero, y si te dijéramos que pedes darte el gusto de vez en cuando, ¿qué pensarías?
Caprichos que te benefician
Romper de vez en cuando la rutina alimenticia no es un pecado, puede ser una estrategia inteligente para fortalecer la microbiota. La doctora María Dolores de la Puerta explica que sorprender nuestro “órgano invisible” (la microbiota intestinal) con un capricho ocasional refuerza su resiliencia y adaptabilidad.
Un capricho no significa descuidarse, sino permitir cierta flexibilidad dentro de una base saludable (frutas, verduras, fibra y probióticos naturales). Salir a comer fuera, disfrutar de un helado en verano o tomar una cerveza en la playa, todo forma parte de ese “desorden calculado” que entrena a nuestra microbiota para afrontar variaciones sin colapsar.
La especialista aclara que hacerlo con muy poca frecuencia o de forma traumática puede causar malestar, pero si la transgresión es puntual y el intestino la asume sin efectos negativos, es un buen indicador de salud microbiana.
Frecuencia de los caprichos
La doctora no establece un número exacto, pero sugiere que estos caprichos sean puntuales, integrados dentro de una base sólida de hábitos. Así, la clave está en la flexibilidad, no en la permisividad.
En esencia, déjate sorprender un par de veces al mes, sin abandonar el equilibrio general. Ese pequeño “rompimiento” favorece la adaptación de la microbiota, refuerza su robustez fisiológica y emocional, y contribuye a una salud más estable y una relación más sana con la comida.
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