La lejía, también conocida como hipoclorito de sodio, es un desinfectante ampliamente utilizado en hogares, hospitales y otros entornos debido a su eficacia para eliminar bacterias, virus y hongos. Sin embargo, su uso inadecuado o excesivo puede representar un riesgo significativo para la salud humana y el medio ambiente.
Uno de los principales riesgos asociados con la lejía es la irritación que puede causar en las vías respiratorias, la piel y los ojos. La inhalación de vapores de lejía, especialmente en espacios mal ventilados, puede provocar tos, dificultad para respirar, irritación nasal y dolor de garganta.
En personas con afecciones respiratorias como el asma, la exposición a estos vapores puede agravar los síntomas y desencadenar crisis respiratorias. Además, el contacto directo con la piel puede causar irritaciones, quemaduras químicas o reacciones alérgicas, y el contacto con los ojos puede provocar enrojecimiento, ardor e incluso daño ocular si no se trata de inmediato.
Otro riesgo importante se presenta cuando la lejía se mezcla con otros productos de limpieza, especialmente aquellos que contienen amoníaco o ácidos (como vinagre o limpiadores de baño). Estas combinaciones generan gases tóxicos, como las cloraminas o el gas cloro, que son extremadamente peligrosos y pueden causar daños respiratorios graves, mareos, náuseas e incluso pérdida del conocimiento en casos extremos.
¿Cómo usar la lejía correctamente en el hogar?
Para minimizar estos riesgos, es fundamental seguir ciertas pautas para el uso seguro de la lejía:
Diluir correctamente: nunca se debe usar lejía pura. Una dilución común para desinfectar superficies es una parte de lejía por diez partes de agua. Es importante seguir siempre las indicaciones del fabricante en la etiqueta del producto.
Ventilar adecuadamente: usar lejía en áreas bien ventiladas ayuda a reducir la concentración de vapores. Abrir ventanas y puertas o usar extractores de aire es recomendable durante y después de la limpieza.
Evitar mezclas peligrosas: nunca se debe mezclar lejía con otros productos químicos. Usarla sola y en la concentración adecuada es lo más seguro.
Usar equipo de protección: guantes de goma, mascarilla y gafas de protección ayudan a evitar el contacto directo con la piel y los ojos, y reducen la inhalación de vapores.
Almacenamiento seguro: mantener la lejía fuera del alcance de los niños y alejada de fuentes de calor o luz solar directa, que pueden descomponer el producto.
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