La poliomielitis, comúnmente conocida como polio, es una enfermedad viral altamente contagiosa causada por el poliovirus. Este virus afecta principalmente a los niños menores de cinco años, aunque también puede infectar a personas de cualquier edad.
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Se propaga principalmente a través de la vía fecal-oral, es decir, por la ingesta de agua o alimentos contaminados, o a través del contacto directo con personas infectadas. Una vez que el poliovirus ingresa al organismo, se multiplica en el intestino y puede llegar a invadir el sistema nervioso, lo cual provoca síntomas que van desde fiebre, fatiga y rigidez en el cuello, hasta parálisis y debilidad muscular severa. En los casos más graves, la polio puede causar parálisis permanente o incluso la muerte, debido a la afectación de los músculos respiratorios.
La poliomielitis ha sido una de las enfermedades más temidas del siglo XX, debido a las grandes epidemias que causó en varios países antes de que se desarrollara una vacuna efectiva. La parálisis permanente y la discapacidad que deja en algunos pacientes la convirtió en una preocupación de salud pública.
No existe cura para la polio, y el tratamiento se centra en aliviar los síntomas y mejorar la movilidad en los casos de parálisis. Sin embargo, la prevención mediante la vacunación ha demostrado ser la herramienta más efectiva para evitar la transmisión del virus y erradicar la enfermedad.
Inmunización
La vacuna contra la polio, desarrollada a mediados del siglo XX, es una de las vacunas más importantes en la historia de la medicina. Existen dos tipos principales de vacunas: la vacuna inactivada de polio, que se administra mediante inyección, y la vacuna oral de polio, que se toma en forma de gotas.
La vacunación masiva ha logrado reducir la incidencia de polio en más del 99% a nivel mundial y ha permitido que la enfermedad esté al borde de la erradicación. Gracias a los programas de vacunación, varios países han sido declarados libres de polio, y hoy en día solo queda un número muy reducido de casos en áreas específicas de algunos países.
La importancia de la vacuna contra la polio radica en su capacidad para proteger tanto a individuos como a comunidades enteras. Al prevenir la propagación del virus, no solo se protege a quienes reciben la vacuna, sino también a quienes, por alguna razón, no pueden vacunarse, ya que el virus no circula en poblaciones inmunizadas.
Su erradicación es un objetivo global en salud pública, ya que su eliminación significaría una mejora significativa en la calidad de vida de millones de personas y evitaría el sufrimiento asociado a la enfermedad.
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