La historia de la colonización de Cincinnati, Ohio, por las lagartijas europeas comienza en 1951, cuando un niño estadounidense, George Rau Jr., llevó a casa diez lagartijas del lago de Garda, Italia, escondidas en un calcetín.
Esta acción, aparentemente inofensiva, desencadenó un fenómeno ecológico que perdura hasta la actualidad. Al liberar las lagartijas en su jardín, George no imaginaba que estas se convertirían en una población invasora que hoy cuenta con decenas de miles de individuos, según reseña Infobae.
Conocidas como Podarcis muralis o lagartijas de pared europeas, estas criaturas han encontrado en Cincinnati un entorno favorable para su supervivencia.
Un estudio de la década de 1980 identificó similitudes climáticas entre Cincinnati y Milán, lo que ha facilitado su adaptación. La topografía de la ciudad, con sus muros de roca apilada, proporciona refugios ideales, permitiendo a las lagartijas prosperar incluso en invierno.
Falta de depredadores
La densidad poblacional en áreas como Torrence Court es notable, alcanzando hasta 1,500 individuos por acre. La falta de depredadores locales ha contribuido a su éxito reproductivo, consolidando a la ciudad como un refugio urbano para estas lagartijas.
Investigadores han documentado cambios morfológicos en la especie, sugiriendo adaptaciones a la vida urbana, mientras que estudios recientes revelan su resistencia a contaminantes urbanos, lo que ha despertado el interés científico en su biología.
Desde 2022, un proyecto financiado por la Fundación Nacional de la Ciencia busca entender cómo estas lagartijas han prosperado en un entorno urbano tras su limitada introducción.
Sin embargo, su presencia plantea interrogantes sobre el impacto ecológico en la región, especialmente en relación con la competencia por recursos con especies nativas y la posible alteración de la estructura trófica local.
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