¿Tengo reconocimiento de mi padre?
Por esas cosas de la vida, últimamente me ha tocado acompañar en procesos de coaching a varias personas que dicen padecer de lo mismo, ¡mi padre no me reconoce lo que hago!
Yo que soy de los que no se mete en honduras y no pretendo ir al pasado eso considero es trabajo de psicólogos y psiquiatras, lo que procuro es hacerles ver
¿Qué sería el reconocimiento para ellos? Y es allí donde aparecen varios puntos interesantes, uno es que asumo que hice algo bien solo cuando lo demás me lo indican, entonces, eso que hago ¿lo hago para quién?
¿Para que mi entorno me aplauda, me reconozca y apoye o para que yo pueda sentirme bien con eso que hago?
Pues funciona de las dos maneras.
Entender el reconocimiento
Para nosotros los padres es importante entender que nuestros comentarios, gestos, acciones pueden marcar para siempre la vida de nuestros hijos, para bien o para mal, esa actitud en el campo cuando el hijo se poncha o no lo ponen a jugar, cuando reprueba una materia, o simplemente, ¡cuando mi hijo quiere hacer su propia vida y no cumplir el sueño que yo no logre!
Somos en extremos exigentes o peor, muchos creen que reconocer lo que el otro hace y en este caso un hijo, es como aplaudir algo que debía hacer, una vez un jefe me lo dijo ¡no esperes mis felicitaciones, yo te pago para que lo hagas bien!
Y si crecemos diciendo ¡tú única responsabilidad es estudiar y salir bien! ¿! y eso no lo puedes hacer!? son frases que quedan, así como, ¡saliste bien, pero no eres de los mejores¡ es verdad que debemos ser motivadores, entusiastas, procurar despertar en ellos las ganas que les permitan alzar sus propios vuelos, pero ¿a qué costo?
El perfeccionismo
El de ser un padre perfeccionista, el que es incapaz de ser complacido por nada, el que dice ¡la vida es dura y no te van a estar aplaudiendo!
No, eso tampoco es así, nuestros hijos requieren apoyo, aliento, ejemplo y reconocimiento, ese que le permite formarse también en su carácter y sentirse ACEPTADO por su grupo de influencia, padres, familia, amigos, etc. así su proceso de sociabilización se establece desde lo que nos permitimos reconocer entre nosotros, desde lo aprobado o no, de lo que estipulamos es el deber ser, ¿qué tanto puede costar un? ¡ te felicito hijo, buen trabajo! , un abrazo,! un bravo!
Asumo, que en un principio podemos aupar cualquier cosa, la mera intensión de caminar, dibujar, las primeras palabras y la suma inicial, entiendo que los niveles de exigencia, a medida que crecemos también crecen y no todo lo que antes se aplaudía se hace después, sin embargo el reconocimiento de los padres a sus hijos por esos logros por pequeños que sean, he incluso, el reconocimiento por enmendar una falla y darse cuenta del error cometido es sencillamente determinante, ante la forma cómo ellos después asumen el error, ya sea como un aprendizaje o como algo imperdonable, un fracaso que hay que ocultar.
¿Lo hago bien?
Ahora, también y no menos importante está el autoreconocimiento, ese que me permito yo, ese que me hace sentir que lo estoy haciendo bien, ese, que roba la sonrisa cómplice, ese que te da la autoestima y la confianza, ese, que a pasar que no exista el externo, tú te lo regalas, pues te sabes merecedor.
No con esto quiero decir que lo que diga o piense el mundo de mí no importa, sí claro que tiene un valor, por cierto, el que yo le de, y que lo único importante es lo que yo piense o haga según mi criterio, no, eso tampoco es así, el sano equilibrio está en todo, en saberme reconocer lo que hago, en aceptar las sugerencias, enmendar y aprender de mis errores y en no darle solo importancia a lo que los demás piensen o crean, toma lo que te aporte, y deja que fluya, ya que son muchas las veces en las que los demás, ya sea por miedo, envidia o desde sus propias miserias, no serán capaces de decir, ¡te felicito!
@gatotell / Coach profesional, Master PNL
Lea más artículos y reflexiones de Guillermo Tell Trocóniz haciendo CLICK AQUÍ
Para mantenerte informado sigue nuestro canal en Telegram https://t.me/Diario2001Online