Daisy Galaviz [email protected]
Entrar a una boca de lobo, ser cuidado por vigilantes sin armas, ver indigentes dormir en cartones mientras se intenta “pegar un ojo” con un frío que no “juega carritos” en salas de espera improvisadas; así es pernoctar en un hospital caraqueño.
En 2015, el presidente Nicolás Maduro realizó una promesa que se la llevó el aire: “Todos los hospitales los vamos a recuperar y los vamos a poner al nivel más alto que deben tener”.
Pasearse por los centros salud que dependen del Gobierno es visualizar que los motores de la revolución no llegaron a encenderse.
Angélica Mora estaba a las afueras de la emergencia del Hospital Universitario de Caracas mientras su hermana espera dar a luz dijo estar “con Dios y La Virgen”. Lleva dos noches esperando “porque es una cesárea y hasta que no esté a punto no la meten a quirófano porque hay pocos funcionando. No niego que tengo miedo, pero no tengo de otra”.
Los “pepazos” mandan. Los partos son las emergencias más atendida en los hospitales del mundo; pero en los caraqueños la realidad es otra: las noches las dominan los ingresos por heridas de armas de fuego.
En el hospital José María Vargas, ubicado en el centro de la ciudad, llegó un hombre de cabello rapado, de unos 30 años de edad, rodeado de amigos que cargaban su camilla desde el carro que lo trajo hasta la puerta de la emergencia con cara de drama por su critica condición. El susodicho tiene un herida en el pecho y es atendido de inmediato.
Jesús Peña, quien vende café y cigarros todas las noches en este centro de salud, relata que a “los tiroteados los ingresan de una; los milicianos no se ponen cómicos porque ellos saben”.
En la emergencia del Hospital Domingo Luciani el común denominador son los ingresos a causa de “un pepazo en el coco o en cualquier otra parte del cuerpo”, declara Javier Viña. Durante la visita a este centro asistencial se contabilizó en una noche seis grupos de familias que esperaban por tiroteados; por lo que se impone como cierto lo que asevera la galena Marissa Loretto: “los pocos insumos y cuerpo médico que tienen los hospitales se van en heridos por armas de fuego”.
Negro y gris es el color. En las salas de espera de hospitales como el Vargas y el Universitario de Caracas lo que reluce es el color negro (por la falta de bombillos) y el gris pesado que tiñe los muros y los bancos improvisados que hacen las veces de mueble para pasar el tiempo en las “salas de espera”, mientras se tiene información del familiar que aguarda en cuidados intensivos.
En el hospital Vargas habían unas 40 personas (algunas no se distinguen por la falta de iluminación). Sandra Medina estaba parada a pocos metros de la puerta por miedo a que la robaran en otro sitio, y explicó que tiene un pariente con un cuadro diarreico por lo que le toca pasar la noche mientras es cuidada por “las estrellas que engalanan la noche” pues en este centro no se cierra el portón; la ley es pasar el desvelo con una reja entre abierta.
Sandra dice que solo ve a su familiar cuando le lleva algún medicamento; y que ha comprado de todo pues en “este hospital no hay nada”.
Es de acotar que en los centros de salud visitados se ha establecido que los enfermos solo pueden ser acompañados si su afección les impide la movilidad, de resto, hasta una parturienta debe velar por sí sola.
Universitario bendecido. Camila Durán vende golosinas, café y cigarros desde las 7:00 pm a 7:00 am de lunes a lunes en el hospital Universitario. Cuenta que la seguridad ha mejorado aunque “a veces los familiares de tiroteados agreden a uno que otro médico cuando les dicen que no hay con qué atenderlos”.
Durán relata que la mejoría se debe a que en la emergencia hay un puesto fijo de la Guardia Nacional (integrado por seis funcionarios) que día y noche se encargan de las vicisitudes que se desarrollan. Es de acotar que en Caracas no hay otro hospital con un puesto de la Guardia Nacional en sus instalaciones.
Duermes y pierdes. Gregorio Duque tiene dos noches durmiendo en el Luciani pues a su hermano le dieron dos tiros. Denuncia la falta de seguridad y dice que si un objeto de valor se encuentra “mal parado” en la emergencia del hospital está perdido. Cuenta que “el familiar que se queda dormido se queda sin celular”, y detalla que se debe a complicidad entre los vigilantes.
Con respecto a los robos en el hospital Vargas, Jesús Peña detalla que este centro, luego que se oculta el sol es como un “hueco” para los cuerpos policiales. “Tu ves a un Polinacional cuando trae a heridos que cayeron por una redada o esas OLP, del resto aquí cuidan es esos viejitos que no tienen ni un cuchillo”.
Clínicas no quedan atrás. Ir a un centro de salud privado (así tengan renombre) no brindan los niveles de vigilancia y servicios de años atrás.
La clínica Loira, ubicada en El Paraíso, no tiene iluminación ni personal de vigilancia en sus afueras; sus usuarios son “cubiertos” en la emergencia por un solo cuidador (que se apoya bajando la santamaría). En la emergencia se visualiza como el área con mayor cantidad de personas es la de observación. Allí hay varias enfermeras y tres médicos de guardia para una larga noche.
En la Atías, que está en la avenida Roosevelt, la entrada da miedo por la escasa iluminación. Los familiares se quejan porque en la emergencia quien no paga antes no es atendido. En esta clínica había limitada vigilancia; la mayor cantidad de pacientes estaban concentrados en pediatría pues esperaban al especialista; y la sala de shock se encontraba cerrada.
El dato
550 millones de bolívares anunció el alcalde Jorge Rodríguez, en septiembre de 2016, serían invertidos en la rehabilitación de siete centros de salud de la Capital: Universitario, el Hospital Militar, J.M. de los Ríos, el Oncológico Luis Razetti, El Algodonal, Miguel Pérez Carreño y el Hospital Vargas de Caracas.
Fotos de Richid González