Sikiuk Méndez | María José Martínez
Elizabeth Riera lleva tres días intentando comprar un pasaje de autobús con destino a San Cristóbal, para viajar hasta la frontera de Venezuela con Colombia, una de las nuevas rutas que usan los venezolanos para emigrar hacia el sur de Latinoamérica.
Una muchedumbre se desborda desde la madrugada. Algunos llegaron la noche anterior a las afuera del terminal privado de pasajeros Flamingo, ubicado en el Parque Francisco de Miranda, en Caracas, considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo. Mientras amanece, crece la confusión entre quienes se agolpan en la reja. “La lista, la lista”, gritan a las 5:00 a.m.
– ¿Qué es eso de la lista? – pregunta Elizabeth.
“La señora que vende café organiza a las personas por rutas, luego adentro deciden cuántos buses viajan”, responde uno de los pasajeros que está desde las 8:00 p.m. del día anterior.
La falta de repuestos automotrices y el costo para adquirirlos en un país con hiperinflación ha afectado el número de viajes hacia el interior.
Aunque llegó a las 3:00 a.m., Elizabeth queda detrás de cincuenta personas, porque la señora del café apartó cupos para ser negociados.
En rechazo, un grupo de jóvenes organiza otra “lista” porque quedaron por fuera. Exigen que se use esa y no la de la señora del café para vender los pasajes. Así, esperan las tres horas que faltan para que abran las taquillas de boletos.
SEGUNDA VEZ
A sus 43 años de edad, Elizabeth va por segundo intento de migración. El primero: hace tres años a Panamá. Llegó con la promesa de un empleo que culminó sin un estatus legal para residenciarse. De allí que Argentina, y los 1.100 dólares que ahorró para viajar otra vez, se convirtieron en su nueva esperanza.
Elizabeth, especialista en Mercadeo, es madre de dos hijos y pertenece a una familia que también emigró por la crisis o razones políticas. Tres de sus cuatro hermanos viven entre Estados Unidos, Italia y Perú. Mientras, en Venezuela, están sus hijos, de 23 y 17 años, que habitan -junto a su abuela- en un sector popular de Caracas. Josué, el mayor y estudiante de Física en la Universidad Simón Bolívar, espera graduarse para emigrar.
EL DUELO
Las filas la componen los que viajan o los tienen a alguien que quiere “salir del país”. “Es mi único hijo”, suspira una señora con voz entrecortada.
Algunos cuentan que vendieron lo poco o mucho que tenían. Comparten, en anécdotas, el suplicio de buscar dinero en efectivo ante la escasez de billetes que, también, colapsó los puntos de venta.
Luego de otras quejas llega, por fin, el anhelado boleto en mano que ilumina sus rostros. En su mayoría, son jóvenes profesionales. Entre abrazos y risas, se despiden como si se conocen de siempre. Aunque solo compartieron unas horas, algo los une: El deseo de emigrar.
A punto de abordar, la sala de espera se llena de besos, llantos y bendiciones de quienes despiden a sus hijos. Entre ellas, Lucía, la mamá de Elizabeth, y ella misma. Otra madre se aferraba a su único hijo, de 19 años, que partía a Chile en uno de los tres autobuses que fueron dispuestos a las 4:15 p.m. del 28 de agosto de 2017, para cubrir la ruta desde Caracas. Ese día de “la lista”, solo 180 personas pudieron llegar a San Cristóbal.
9.574 KILÓMETROS
Doce horas de viaje y después de una sola parada, (en Paramacay, en la Autopista Regional del Centro), único lugar que los conductores aseguran se consigue comida, los pasajeros del autobús 068 de expreso Flamingo llegaron a las 6:00 a.m. al terminal privado de San Cristóbal, para cruzar la frontera. Entre ellos se encuentra Elizabeth.
Unos lo hacen en taxi, otros en autobús hasta el pueblo de San Antonio del Táchira, para luego pasar a Cúcuta.
“El camino es de una hora, pero por las filas para recargar gasolina y los controles de la Guardia todo es un caos”, comenta José, dueño de uno de los vehículos que presta servicio y que traslada a Elizabeth desde la frontera hasta Colombia, por recomendación de una amiga.
Han pasado dos horas y Elizabeth logra llegar a San Antonio del Táchira. Por la avenida principal se puede ver el flujo de personas que -como ella- pasan con sus maletas y enseres. Justo a seis cuadras queda el primer control migratorio. Los 22 kilos que llevaba en la mochila y los otros 30 que le pesan de su maleta, se convirtieron en su aliado cuando un Guardia Nacional desistió de buscar “ron y cigarros” en su equipaje.
PUENTE DE LOS RECUERDOS
Cerca, a unos 500 metros adelante, se encuentra la plaza donde quedan el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime). El lugar está lleno de familias y viajeros confundidos. Nadie sabe qué hacer. Allí están los que “venden puestos”. Personas que conocen a funcionarios del SAIME y que “debajo de cuerda”, dicen, ayudan a sellar la salida en el pasaporte “para ahorrarte” las tres horas que dura el proceso. El pago por el “servicio” se hace en bolívares, dólares o pesos colombianos.
Se ha ido la luz en San Antonio y el proceso se paraliza durante media hora, mientas una nube amenaza con llover. Elizabeth se sienta al borde de la calle a esperar. Las oficinas del Saime trabajan hasta las 8:00 p.m. Pasar ese control no asegura sellar ese mismo día del lado colombiano, donde existen filas similares.
Surge un nuevo requisito: la compra de estampillas por Bs. 700, que solo se vende en un puesto ambulante, una casa ubicada a pocos metros.
“No es necesario colocarla, es la tasa de salida que debes pagar”, responde la funcionaria a todo el que pregunta por la estampilla después de cancelar. Es frecuente la anulación del pasaporte a quienes indagan de más, denuncian algunos que prefieren el anonimato por temor.
Luego de tres horas, Elizabeth llega a la última taquilla para sellar la salida del país.
“¿Su viaje para Colombia es turismo? ¿qué hará? ¿cuánto tiempo estará?”, la interpelan antes de entregarle el documento.
Así, sigue su ruta por el puente Simón Bolívar. En el viaje la acompañan innumerables familias. Niños, jóvenes, adultos, ancianos. También personas cruzando por la trocha que conecta los dos países. Por primera vez desde hace cuatro días Elizabeth sonríe con la esperanza de cumplir la meta que la sacó de Caracas.
CÚCUTA, PARAÍSO PARA LOS VENEZOLANOS
Encontrar pasta dental en Cúcuta es “como visitar ‘Disneylandia”. Lo mismo pasa con cualquier otro producto de primera necesidad que escasea en Venezuela.
Pero no hay mucho tiempo para el turismo. La tarde cae y hay que hacer la fila de migración para sellar la entrada, reflexiona Elizabeth, quien busca el autobús que la llevarán a su próxima parada: Bogotá. Allá tiene amigos que le darán posada, comida caliente y la posibilidad de bañarse.
Los estafadores abundan.
Tres horas, y dos días después de su salida de Caracas, Elizabeth entra Colombia a las 6:00 p.m. del 29 de agosto del 2017. Esta vez sin mayores inconvenientes, ni preguntas.
“Bienvenida”, le dijeron igualmente en Ecuador y Perú, donde vio a otros venezolanos. Algunos en situación de indigencia.
Solo en Chile presenciaría los insultos de una funcionaria a un par de jóvenes, a quienes llamó “chulos”. El viaje continúo hasta Santiago, donde pasó una noche con unos familiares. Aún quedaba el largo trayecto hasta Buenos Aires.
El 11 de septiembre de 2017 y con 5º centígrados de temperatura en la frontera con Mendoza, Elizabeth selló una nueva esperanza de vida. 13 horas después había llegado a Buenos Aires.
NI RECURSOS NI TALENTOS
Una nueva crisis afecta a Venezuela: la ausencia de capital humano que va desde profesionales hasta mano de obra calificada y técnica en cualquier oficio laboral, es decir, la fuerza de trabajo de un país que sigue emigrando ante la inseguridad política, económica y social, explica Claudia Vargas Ribas, socióloga y especialista en temas migratorios.
“Las personas que están emigrando son las económicamente activas, entre 18 y 35 años que están en pleno desarrollo de su potencial. Incluso ancianos, españoles, italianos, colombianos, que optaron por regresar a sus países de origen. A medida que la crisis se agrava, la migración seguirá creciendo. En 2018 será más evidente”, dijo Vargas Ribas, profesora de la Universidad Simón Bolívar.
Otro problema es la falta de cultura migratoria que lleva muchos a irse sin un plan y de manera desordenada, por lo cual terminan siendo un problema no solo para el país al que van. “También para Venezuela, porque si retornan o son deportadas y vendieron todo aquí antes de irse, se encuentran con un país deteriorado y sin patrimonio”, prosiguió.
EN AUMENTO
De acuerdo con las proyecciones de quienes estudian este fenómeno en Venezuela, se calcula que alrededor de tres millones de personas han emigrado hasta la fecha. Entre ellos, quienes desde 2015 los hacen sin importar las condiciones y como una forma de huir.
“Esos tres millones de emigrantes representan 10% de la población actual que se ha ido del país, mucho más que los datos de votantes en el exterior registrados por el CNE”, explicó la especialista.
De esa cifra, entre 800 mil y un millón de venezolanos se estima, se encuentran dispersos por Latinoamérica, de los cuales más de medio un millón están en Colombia, añade Vargas Ribas, magíster en Ciencias Políticas.
“Los principales destinos de esta migración son los países fronterizos y las islas de Aruba, Bonaire y Curazao, con algunos lancheros que intentaron pasar, así como en Brasil, donde aún es menos evidente por el idioma”.
La especialista explica que los registros incluyen a quienes emigran de forma ilegal, así como aquellos venezolanos con doble nacionalidad que usan otra ciudadanía para entrar a otro país.
HISTORIA DEL SUR
Ocho años de trabajo como enfermero en una clínica de Caracas, le sirvieron a Albert Morales para reunir 600 dólares que usó para salir de Venezuela. Aquel 13 de junio de 2017 fue de los primeros en comprar un pasaje en el terminal de Oriente, ubicado en la autopista Caracas-Guarenas, con destino a Santa Elena de Uairén, ciudad en el estado Bolívar (frontera con Brasil y Guyana),
Sería la primera parada de un viaje que duraría 13 días. ¿El destino? Argentina. Albert emprendió un periplo junto a otros tres amigos. Vendieron todo lo que tenían y prepararon una mochila de alimentos para el camino.
La travesía incluyó Boa, Manaos, Portobello e incluso La Paz, en Bolivia, además de sortear innumerables dificultades y peligros. La mayoría en su país, como la presencia de mineros armados, cuenta con temor.
Finalmente, el 13 de junio de 2017 llegó a Buenos Aires con la ilusión de emprender una nueva vida. “No creo que vuelva a Venezuela, me costó mucho salir”, sentenció.
EN LA HERMANA REPÚBLICA
68.337 venezolanos son residentes temporales en Colombia. Se calcula que a diario llegan 3.600 personas por la frontera terrestre y se estima que unos 470.000 venezolanos vivan ya en el país. Fuente ACNUR:
REFUGIADOS
Según datos de El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) más de 1 millón de venezolanos abandonó su país y están en diferentes partes del mundo. De ellos 100 mil solicitaron refugio entre 2014 y 2017.
EN EL TOPE
En un ranking elaborado por el Observatorio de la Diáspora Venezolana, coordinado por el sociólogo Tomás Páez, Argentina figura como el noveno país preferido para emigrar, junto a Colombia, Canadá, Francia, México y Panamá.
Para el mes de marzo del 2017 la Dirección Nacional de Migraciones argentinas registró un total de 36.463 residentes venezolanos.
VISA PARA UN SUEÑO
190 mil venezolanos recibieron visas o permisos para regularizar su estatus migratorio en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador; Perú y Uruguay. Fuente ACNUR.
Fotos: Sikiuk Méndez
2017-12-27