Carlos Carreño Zabala|[email protected]
Hacer un recorrido nocturno por algunas de las principales arterias viales de Caracas es sumergirse en una negra oscuridad. La noche parece ser más espesa y la ciudad adquiere un tono lúgubre.
Conductores se exponen a infinidad de peligros en una urbe que presenta alto índice delictivo y cuya cifra de accidentes vehiculares no es nada modesta.
Eran las 7:15 pm cuando empezó el trayecto por la autopista Francisco Fajardo, una de las principales avenidas de la capital. Al salir del oeste caraqueño, se puede apreciar (desde los primeros tramos recorridos) que la falta de iluminación es algo característico de la extensa carretera.
Foto: César Suárez
A la altura del distribuidor Plaza Venezuela, hay poca luz. Cuando se llega al nivel del distribuidor El Pulpo, la iluminación disminuye. Se diluye con el avanzar hacia el este de Caracas.
Al llegar al nivel de Bello Monte, la luz es intermitente. Hay faros eléctricos encendidos, otros apagados. Patrullas policiales pasan en ambos sentidos. A la altura del Centro Comercial El Recreo, hay un Toyota Starlet accidentado, quizás fue víctima de alguno de los huecos que "decoran" la vía. El conductor no lo revela. Un policía que lo custodia a cierta distancia desde su patrulla se lo impide.
Fotos: Mairet Chourio
A lo largo de la Fajardo solo se ven los focos de los carros que pasan. Las luces de los establecimientos comerciales ubicados en las adyacencias de la vía alumbran de forma muy tenue.
Foto: César Suárez
A la altura de La Carlota, la oscuridad aumenta. En esa zona, el alumbrado público no funciona. Parece no existir. Este sector de la vía es el que se exhibe más estropeado. En contraposición, se observa mayor afluencia de carros, cuyos choferes corren a lo “rápido y furioso”.
Una camioneta Pick-Up blanca está detenida. El chofer parece arreglar una falla mecánica. Luce molesto y asustado. No da su nombre, ni ningún tipo de información, no habla siquiera. Su rostro parece desear que se lo trague la tierra y lo escupa a él y a su carro en otra zona de Caracas, mucho más iluminada y en donde esté menos expuesto.
La Fajardo, a la altura del distribuidor Altamira, se exhibe con menos penumbra. En ese sector hay un módulo policial y a partir de allí, la avenida luce iluminada. Esta área tal vez forma parte del 10% de toda la arteria vial cuyos postes cumplen su función.
Foto: César Suárez
No obstante, la claridad dura poco. Llega hasta el distribuidor Los Ruíces, donde la luz vuelve a desaparecer.
Cota Mil azabache. Antes de entrar a la avenida Boyacá, también conocida como la Cota Mil, por su elevación de 1000 metros sobre el nivel del mar, existe la sensación de que será un camino plagado de luminosidad en muchos aspectos. De hecho, el final de la avenida principal de Maripérez -con la que conecta- posee un alumbrado público funcional y se ve una alcabala.
Se trata de un camión de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), cuyos efectivos inspeccionan ciertos vehículos. Sin embargo, la luminosidad se evapora en la fría atmósfera caraqueña. Iniciar el trayecto por la Cota Mil es visualizar una película de terror en la que los espantos y las brujas forman parte de los “sustos” más inofensivos.
Foto: César Suárez
Eran las 7:55 pm al empezar a recorrer la avenida Boyacá. Desde el comienzo de esta vía no hay iluminación. Hasta que se pasa el distribuidor La Florida, donde unos faroles encendidos “salvan la patria” y apaciguan el miedo.
Por esa área, hay un módulo policial. Las luces rojas y azules intermitentes se ven a lo lejos. Al llegar a la altura del distribuidor La Castellana, otra patrulla se ve.
Una particularidad de la Cota Mil es que la iluminación es intermitente. Hay sectores con luz y otros que no, estos últimos (ubicados cerca de los sectores Sebucán y El Marqués, sobre todo) son mayoría aplastante y con una tendencia que parece ser “irreversible”.
Al llegar al distribuidor Sebucán, la oscuridad es máxima. De allí en adelante, las luces van y vienen como en una discoteca. Son más de las 8:00 pm pero pareciera ser más tarde. Hay poca afluencia vehicular. Sólo se escucha el sonido característico del carro que transita.
El plateado de la luna ni se ve. Lo único que parece estar de lado de los choferes es el pavimento. Durante el recorrido por la Cota Mil el vehículo no hace movimientos bruscos que permitan inferir que existen huecos o troneras en la vía cobijada por un tinte azabache.
Conductores asiduos de esta carretera dicen y denuncian que se trata de la propia boca de lobo. Muchos la recorren encomendándose a Dios y a todos los santos, y rogando para que sus carros que no se accidenten.
Al final de la Cota Mil la oscurana arrecia, da la impresión de que no es la boca, sino el propio estómago del animal que aúlla.
2017-10-01