El Día de Muertos es una de las festividades más emblemáticas de México, reconocida mundialmente por su colorido y simbolismo.
Esta celebración, que honra a los difuntos, combina elementos de las culturas prehispánicas con prácticas católicas, dando lugar a un sincretismo cultural único. Aunque los altares actuales son muy distintos a los de épocas antiguas, su esencia se mantiene viva.
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Alatares prehispánicos
Antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI, los pueblos indígenas realizaban rituales en honor a los muertos, pero no con los altares que conocemos hoy. En lugar de ofrendas decoradas, las antiguas ceremonias incluían alimentos y objetos útiles para guiar a los difuntos en su travesía hacia el Mictlán, el inframundo.
Para los mexicas, la muerte era un proceso de transformación, donde las almas emprendían un arduo viaje de cuatro años. La llegada de los colonizadores marcó un cambio significativo. Los rituales prehispánicos se fusionaron con el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, creando la celebración contemporánea.
A pesar de esta mezcla, muchos elementos indígenas, como el uso de alimentos y flores, han perdurado en los altares modernos.
Riqueza cultural
En la actualidad, el Día de Muertos no solo es un evento cultural, sino que ha sido reconocido por la UNESCO como patrimonio inmaterial de la humanidad. Cada 1 y 2 de noviembre, millones de mexicanos colocan altares decorados con flores de cempasúchil, velas y las comidas favoritas de sus seres queridos.
Finalmente, esta festividad resalta la conexión entre los vivos y los muertos, celebrando la vida y el recuerdo de aquellos que han partido, recordando así que la muerte es, en esencia, una continuación de la vida.
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