La muerte esta semana de un palestino preso enfermo en Israel y los disturbios que siguieron, en los que murieron dos jóvenes palestinos por disparos de soldados israelíes, demuestran la sensibilidad que los presos generan en una sociedad que les considera su línea de resistencia frente a la ocupación.
Maysara Abu Hamdiye falleció el martes 2 de abril por un cáncer de esófago terminal que se le localizó meses antes, pero la Autoridad Nacional Palestina (ANP), su familia y la sociedad palestina en general responsabilizó sin dudarlo de su deceso al Servicio de Prisiones de Israel, al que acusan de haberle negado el tratamiento adecuado y a tiempo para su enfermedad.
La respuesta en la calle fue inmediata: el mismo martes se inició una oleada de protestas, en las que cientos de jóvenes atacaron con piedras, llantas en llamas y cócteles molotov varios puestos de control militares israelíes en territorio ocupado.
En una de esas protestas murieron Nayi Bilbesi y Amer Nasar, de 17 y 18 años, respectivamente, por disparos de soldados israelíes cuando, según la versión militar, lanzaron bombas incendiarias contra su puesto cerca de Tulkarem.
El Ejército investiga si los soldados abrieron fuego en cumplimiento de las normas militares o si se excedieron en el uso de la fuerza, como denunció poco después el presidente palestino, Mahmud Abás.
Según las primeras informaciones uno de los fallecidos, Bilbesi, habría muerto de un disparo en la espalda, según informó el diario israelí Haaretz.
El malestar y los disturbios alcanzaron también a la franja de Gaza, desde donde milicianos palestinos lanzaron el martes tres cohetes contra territorio israelí, que no causaron víctimas y dos de los cuales cayeron dentro del enclave palestino.
Al día siguiente, las milicias palestinas lanzaron otros dos proyectiles, que impactaron en espacios abiertos cerca de la localidad israelí de Sderot, sin causar daños, y el Ejército bombardeó diversos objetivos próximos a Beit Lahia, en el norte del territorio.
Se trata del primer enfrentamiento de este calibre desde que Hamás e Israel acordaron tácitamente y con mediación egipcia una tregua que puso fin a la operación militar israelí contra Gaza Pilar Defensivo del pasado noviembre, en la que murieron 177 palestinos y seis israelíes.
El mismo miércoles, unos 4.600 presos palestinos en cárceles israelíes (la práctica totalidad), anunciaron que protagonizarían una huelga de hambre en protesta por la muerte de Hamdiye y devolvieron sin tocar sus raciones, según confirmaron fuentes palestinas y del Servicio de Prisiones.
Los ánimos se caldearon aún más el jueves, día en el que se celebraron en Hebrón y Tulkarem los entierros de los dos jóvenes y de Hamdiye, de 64 años y que cumplía desde 2002 una cadena perpetua por su papel en un atentado frustrado en Jerusalén.
Poco antes de su muerte, el recluso se había quejado a su abogado de recibir sólo analgésicos para tratar su cáncer y de no contar con atención médica dentro de la prisión.
Otra de las quejas es que, si bien había sido trasladado a la cárcel de Seroka, más cercana al centro médico donde recibía tratamiento, pese a estar en situación terminal las autoridades penitenciarias continuaban manteniéndolo en la cárcel, en vez de ingresarlo en el hospital.
Además, tampoco se le permitía llamar a su familia ni recibir visitas de familiares que no fuesen de primer grado, lo que le impidió despedirse de ellos.
Todo ello hizo que los palestinos considerasen su muerte "un crimen" y una "crueldad" por parte de Israel.
El Gobierno israelí, sin embargo, acusó a las autoridades palestinas de utilizar una muerte por causas ajenas a Israel para generar una escalada de violencia en la región.
El periodista Amos Harel apuntaba en el diario Haaretz que la indignación palestina sobre la muerte de Hamdiye tiene un objetivo estratégico: utilizar la oportunidad para presionar a Israel a poner en libertad a los 123 palestinos presos desde antes de la firma de los Acuerdos de Oslo, en 1993, un compromiso que el gobierno israelí adquirió en 1999 y que aún no ha cumplido.
El pasado viernes, día sagrado musulmán en el que se suelen concentrar las protestas a la salida de los fieles del rezo del mediodía, transcurrió sin embargo con más calma de la esperada.
Israel reforzó la seguridad en Jerusalén y sólo permitió el acceso a la mezquita de Al Aqsa a los varones mayores de 50 años y a las mujeres, para evitar incidentes.
En distintos puntos de Cisjordania sí se registraron disturbios, pero menores de lo esperado y no mucho mayores que los que se suceden habitualmente los viernes.
Los enfrentamientos más virulentos fueron en Jaljul (adyacente a Hebrón, en el sur de Cisjordania), donde alrededor de 150 jóvenes atacaron un puesto de control militar israelí, indicó a Efe una portavoz del Ejército.
También hubo incidentes en las localidades de Nabi Saleh, en el norte de Cisjordania, Kalandia, cerca de Ramala, y Bilín, un pequeño poblado en el noroeste.
Como destaca Harel, si bien la magnitud de los incidentes es todavía bastante baja, es importante tener en cuenta que su frecuencia está aumentando considerablemente. EFE