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Pacientes de diálisis en el Zulia enfrentan un destino incierto por los apagones

Miércoles, 15 de mayo de 2019 a las 08:00 pm
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2001.com.ve | Reuters

Segundos antes de que William López fuera conectado a una máquina de diálisis, el servicio eléctrico volvió a fallar en Maracaibo. 

La falta de diálisis, el tratamiento que elimina las toxinas que se acumulan en la sangre de las personas cuando sufren insuficiencia renal, hace que López se sienta mareado y con náuseas. Como cualquier paciente renal crónico, podría morir si pasa demasiado tiempo sin atención.

Ante la incapacidad de completar su tratamiento ese día, López no tuvo más remedio que regresar a su casa y cuando llegó, tampoco había luz.

"Me da de todo cuando se va la luz, me dan ganas de llorar de la impotencia que siento (…) necesito hacerlo, porque me siento muy mal", dijo López de 45 años, uno de los 11.000 pacientes venezolanos de diálisis, tratamiento que se ha visto afectado por los frecuentes apagones en el país petrolero.

"Hay gente que cuando está en tratamiento se duerme. Yo no, me da miedo no despertarme", agregó López.

Con el fin de recuperar la infraestructura eléctrica, el gobierno de Nicolás Maduro aplicó un plan de cortes programados de tres horas que excluyó a la capital, Caracas y a otros dos estados: Vargas y Delta Amacuro, pero en el interior del país la falta de energía supera esas horas previstas.

Una de las ciudades más golpeadas es la sofocante Maracaibo, donde las interrupciones del servicio eléctrico duran más de 10 horas al día.

Los cortes de luz también afectan el bombeo de agua corriente y sin agua no se puede hacer la diálisis, un proceso que requiere de 120 a 140 litros de agua purificada por una sesión, dijeron médicos consultados. El tratamiento recomendado es de tres o cuatro horas, tres veces a la semana.

Los hospitales públicos de Venezuela durante años han brindado tratamiento de diálisis gratis debido a los altos ingresos petroleros y el gasto público, pero cuando la crisis se agudizó, por la caída del precio del crudo y luego de la producción petrolera, ese servicio se vio afectado y ya no todas las máquinas están operativas, dicen médicos.

"Sin riñones que funcionen la persona no orina o lo hace muy poco y sin orinar no se desechan las toxinas que se acumulan en el cuerpo", dijo la doctora Beatriz Rosales del Hospital Universitario de Maracaibo. Los líquidos acumulados en el cuerpo pueden irse a los pulmones y provocar un paro respiratorio.

Lesbia Ávila se despertó una mañana sintiéndose mal después de recibir solo una hora y 40 minutos de tratamiento porque el día anterior, debido a la falta de energía, las máquinas no funcionaron en el centro donde se dializa en Maracaibo.

Siente que se asfixia cuando no recibe el tratamiento completo. "Le pido a Dios que el día que me vaya a morir no sea ahogada", dijo Ávila, de 53 años, mientras descansaba en una hamaca en su casa en un barrio en el oeste de Maracaibo.

Mientras hablaba con un periodista, se puso pálida y comenzó a sudar. "Me siento mal", agregó con voz apagada, mientras su esposo Miguel Molina, de 64 años, que hasta hace dos meses trabajó como vigilante en una fábrica de repuestos para autos, le arrima a los pies una gaveta vieja de una nevera para que vomite. Poco después, se recupera.

Ávila dice que en el centro de diálisis al cual acude, solo 18 de las 35 máquinas de diálisis están funcionando.

La situación es similar en las 136 clínicas estatales de diálisis en todo el país, dice Carlos Márquez, presidente de la Sociedad Venezolana de Nefrología. Muchas de las 1.600 máquinas del país no están funcionando, señala. El Ministerio de Salud no publica cifras.

Algunos centros privados de diálisis de Maracaibo cobran a los pacientes hasta unos 70 dólares por una sesión de tres horas, dice Antonio Briceño, un paciente de 48 años de edad. Eso equivale a casi un año de salario mínimo.

"Yo debí haber nacido rica para poder comprarme un riñón", señala Aidalis Guanipa, de 25 años, quien por su padecimiento renal desde los 17 no pudo culminar su bachillerato.

Ella y su abuela Aída, de 83 años comparten los gastos de la casa. Las entradas de dinero son dos: la pensión de su abuela y la venta de dulces caseros. Día de por medio, viaja dos horas en transporte público para recibir su tratamiento que muchas veces es incompleto por las fallas eléctricas.

2019-05-16

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