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El buzo de las cloacas

Sabado, 31 de agosto de 2013 a las 07:30 pm
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Ratas, heces y preservativos rodean a Julio César Cu mientras se sumerge en las turbias aguas del drenaje de la Ciudad de México, que este mexicano revisa y desatasca desde hace treinta años jactándose de ser uno de los pocos buzos de aguas negras del mundo.

"Aquí nos encontramos todo lo que te imagines, desde una bolsa de celofán hasta partes de automóviles. A veces, estamos trabajando y llega flotando un cuerpo", comenta este robusto hombre de 53 años, vestido con traje de neopreno y con su escafandra en mano.

Es consciente de que su trabajo no es especialmente agradable, y prueba de ello es que desde que se creó el puesto en 1980 es el único que se ha mantenido en el cargo 30 años, pero Julio César cree que "alguien tenía que hacer esta labor" en una megaurbe de más de 20 millones de habitantes y que produce diariamente casi 12.700 toneladas de residuos.

"El olor es desagradable pero es como todo, a todo se acostumbra uno, aunque la gente extraña al trabajo sí que percibe ese olor", dice a la AFP poco antes de iniciar su primera inmersión del día en una planta de bombeo del centro de la capital.

Su función es sobre todo preventiva. Se trata de descender en alcantarillas, tuberías o plantas de bombeo y, mientras nada o se arrastra entre desechos, descongestionar manualmente los restos -a veces inesperados- que impiden circular el drenaje acelerando un trabajo que tomaría hasta 15 días para una maquina.

Y Julio hace todo esto a ciegas. "A los 10 centímetros que entramos ya la visibilidad es nula", explica el buzo que, por las características pesadas y sucias del agua negra, no se sumerge con bombona de oxígeno sino que respira mediante un "cordón umbilical" conectado al exterior.

Los riesgos bajo aguas negras
Fuera, le monitorean tres compañeros -dos de ellos sus jóvenes aprendices- que se comunican con él a través de un sistema de micrófonos y audífonos ubicado en su escafandra, verificando que todo esté en orden.

Porque este trabajo, que otros dos buzos dejaron hace cinco años por el irrisorio sueldo mensual de 6.000 pesos (unos 450 dólares), conlleva además muchos riesgos.

"Una gota de agua que nos llegue a tocar es una infección segura para nosotros", confiesa Julio que explica que los clavos, vidrios o jeringas que corren por las aguas contaminadas de la Ciudad de México suponen un verdadero peligro para su salud.

Y aunque asegura que nunca ha sufrido un accidente, todavía recuerda con dolor la pérdida de un compañero hace quince años que murió arrollado por una presa.

Siendo el suyo un trabajo poco grato, altamente riesgoso y sin un sueldo incentivador, ¿qué motiva a este hombre a seguir sumergiéndose día tras día entre desechos?

"Mi mujer dice que trabajo por amor al arte, pero me gusta mucho mi trabajo, es mi pasión. Lo que me motiva, yo creo que es la emoción porque yo nunca se lo que me voy a encontrar abajo", afirma emocionado.

 

La necesidad de nuevas generaciones

"La función del buzo todavía va a tener que existir un tiempo más y va a ir reduciéndose a medida de que la población aprenda a botar su basura y a no dejarla en la calle yendo luego al drenaje", explica Sergio Palacios Mayorga, investigador del instituto de geología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Para el experto, en la Ciudad de México se aunaron distintos factores que congestionaron el drenaje e hicieron necesaria la figura del buzo: su gigantesca población (es la tercera área urbana más poblada del mundo por detrás de Tokio y Delhi según la ONU), su "inadecuada" construcción encima de un lago y la pobre cultura de reciclaje de algunos mexicanos, que lanzan basura a ríos o calles causando inundaciones.

Agustín Isaías, un informático de 32 años que desde hace año y medio se prepara junto a Luis Ángel, de 23, para seguir con el trabajo que Julio César, cree que es importante que la alcaldía capitalina auspicie con más recursos "que pueda haber más gente" que se incorpore como buzo al Sistema de Aguas.

"Sería bueno que esto no se perdiera", expresa el joven que no esconde su admiración por su maestro y cree que le faltan al menos un par de años para poder trabajar sin su supervisión.

Hasta que eso ocurra y mientras sigue entrenando a los dos muchachos, Julio César dice que seguirá "hasta que el cuerpo aguante". "Yo no quiero que se pierda este trabajo de buceo porque, en realidad, es importante. No es el punto medular, pero sí es importante", afirma./AFP

2013-09-01