AFP
Manfred Waluga viajó cerca de 10.000 km para llegar al Pantanal de Brasil, en el corazón de Sudamérica, y tuvo mucha suerte: en tres días ha visto capibaras, caimanes… Y hasta un jaguar.
"Uno se siente especial por haber tenido esta experiencia. Había escuchado tanto sobre la impresión que uno puede tener al encontrar un jaguar en la naturaleza", dice este ingeniero de software alemán, de 53 años.
El Pantanal, una de las mayores áreas inundadas del planeta, se abrió al turismo como una meca de la pesca, especialmente en esta área a lo largo del río Paraguay, en el municipio de Cáceres (centro oeste de Brasil).
El festival internacional de pesca deportiva de Cáceres atrae cada junio a unas 250.000 personas, y fue registrado en el libro Guinness como el mayor campeonato de pesca en aguas fluviales.
Pero al surgir las restricciones ambientales a la pesca predatoria, el turismo ha tomado una nueva dirección: la observación de la rica fauna salvaje, destinada a amantes de la naturaleza del mundo entero.
– De regreso al agua –
"Al final de los años ’90, venían a pescar y se llevaban toneladas de peces. Hoy sólo está permitido un ejemplar por pescador. Llegamos a un pico y ahora estamos acabando con la depredación", explica a la AFP el secretario de Medio Ambiente de Cáceres, Jorge Amedi.
El Hotel Baiazinha, a poco más de 100 km de Cáceres, fue fundado hace 17 años para atender el turismo de pesca. Ahora, acoge cada vez más a extranjeros que vienen a observar la exuberante fauna, aunque llegar aquí no es fácil: hay que volar hasta Cuiabá, la capital del estado de Mato Grosso (a 1.300 km al oeste de Brasilia), llegar en coche hasta Cáceres (a 230 km) y luego hacer un viaje de dos horas y media en lancha rápida o de ocho en barco.
"Antes eran dos turistas contradictorios: uno depredador, pescaba los peces, el otro venía a observar los animales. Ahora, con las restricciones a la pesca, se complementan cada vez más", explica el gerente, Thiago Silva.
El brasileño Leonardo Machado de Oliveira, de 43 años, pasa su semana de vacaciones entre la cerveza fría y la caña de pescar, junto a 16 amigos de Minas Gerais (sureste). Hace 17 años que vienen aquí a pescar, hospedándose en un barco hotel que recorre el río.
"Ahora no pueden decir que hacemos turismo depredador, sólo pescamos una pequeña cuota, el resto los devolvemos al agua, es pesca deportiva, pero está bien, nos da más incentivo", afirma feliz, mostrando un ‘pintado’ de 10 kilos.
Mausir José Lang, del sur de Brasil, también vino a pescar pero cuando completó su cuota, contrató un guía para conocer los animales y tuvo la suerte de toparse con un jaguar, el mayor felino de las Américas, en peligro de extinción. La experiencia, confiesa, le puso "los pelos de punta".
Especialmente en la época seca, de julio a septiembre, el jaguar se acerca a veces al río para refrescarse o cazar. Su avistamiento es una lotería a la que muchos se arriesgan.
– Anacondas y pirañas –
En el Pantanal pueden ser vistos con mucha facilidad un gran número de animales como la capibara -el mayor roedor del mundo-, caimanes, nutrias y un sinfín de aves, del guacamayo azul al negro tucán de pico naranja.
Casi dos decenas de caimanes se amontonan al sol en una milimétrica franja de playa en la orilla del río, muchos con su feroz boca abierta. La barca llega casi a rozarlos, pero la mayoría permanece inmóvil, expuestos al sol de la tarde que mata las bacterias entre sus dientes.
Un poco más allá, una capibara traslada en su lomo a un pajarito sirirí, de tonos amarillos, que le come los insectos. También hay nutrias, insaciables devoradoras de peces que cazan con sus patas delanteras.
"Hoy en el Pantanal hay más animales porque no se permite la caza", dice Merice Kunkel, una experimentada guía que organiza largos viajes en la zona. "Trabajo con europeos, vienen para ver animales. El que más éxito tiene es el jaguar, también la anaconda, y todos se impresionan con las pirañas", explica.
Aunque mucho menor que la Amazonia, el Pantanal ocupa una vasta área de 210.000 km2 (más de dos veces Portugal), la mayoría en Brasil y una parte menor en Bolivia y Paraguay. Pese a la ganadería, que tiene más de 200 años en la región, se considera que conserva buena parte de su vegetación.
2014-09-13