El 19 de marzo publicó el Papa Francisco el documento que reforma la Curia Romana, producto de un arduo trabajo de ocho años.
Aprovechando la creación de cardenales, en una ceremonia que se llama “consistorio”, nos convoca a Roma para acompañar a los nuevos purpurados y tener dos días de estudio en común del documento que regirá de ahora en adelante a la Curia Romana.
Es, a la vez, una invitación, mejor dicho, una estructura para ser imitada en las instancias internacionales, las conferencias episcopales, las diócesis y los organismos de conducción de la Iglesia universal.
El Papa y las reformas
En el prólogo dice el Papa: “las reformas en las estructuras y en lo orgánico son necesarias, sin duda, pero lo verdaderamente importante es la renovación de la mente y del corazón de las personas. Todos estamos llamados a “arrimar el hombro”.
Y no olvidemos que las leyes y los documentos son siempre limitados y casi siempre efímeros.
Otros tiempos vendrán. Otras circunstancias darán al mundo un nuevo color… y la Iglesia en su constante diálogo con el mundo, con un pie firmen en los orígenes y fiel a la Tradición, adaptará nuevamente su vida y sus estructuras humanas a las condiciones cambiantes de los tiempos.
Así, la Iglesia seguirá ofreciendo el Evangelio al mundo de una forma nueva y renovada. Es nuestra condición, pues creemos que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb. 13,8)”.
Tiempo de adaptaciones
Una vez finalizado el Concilio Vaticano II (1965) se evidenció la necesidad de adaptar la Curia Romana a las nuevas exigencias de la reforma conciliar. Tanto Pablo VI como Juan Pablo II dieron pasos a través de diversos documentos.
Sin duda, los cambios epocales, las exigencias de la gerencia moderna, y sobre todo, la conversión misionera de la Iglesia, la “nueva constitución apostólica pretende armonizar mejor el ejercicio actual del servicio de la Curia con el camino de la evangelización que la Iglesia está viviendo especialmente en este tiempo”.
No es tarea fácil ni cómoda adecuar una institución de siglos, que ha respondido a lo largo del tiempo a situaciones que hoy no se adecúan suficientemente a los requerimientos tanto eclesiales como gerenciales del momento.
Se trata de una nueva curia para un tiempo nuevo. La reforma se hace “porque era necesaria y para ser positivamente asumida, para ser vivida.
Era necesario que fuera un amplio trabajo muy participado, que se convirtiera en algo estimulante, aunque la fuerza de muchas costumbres adquiridas hace que el proceso de recepción lleve su tiempo”.
La conversión misionera
Las claves para comprender la reforma pasan, en primer lugar, por la necesidad de una conversión misionera que apunta a una reforma de toda la Iglesia.
La sinodalidad, es decir, la naturaleza comunional de la Iglesia, pone el acento en las dos caras de una misma moneda: naturaleza de comunión y naturaleza sinodal.
Esta reciprocidad es clave de primera categoría a la hora de comprender este cambio.
Vocación de servicio
El Papa ha insistido en el carácter de servicio del primado. Este no es una limitación de la libertad sino una garantía de la unidad de la Iglesia. El verdadero poder es el servicio.
La reforma de la curia no es un documento para contemplarlo como responsabilidad de “otros”.
Toca a toda la comunidad creyente forzar su cumplimiento para bien de todos, convirtiendo la actitud proactiva en la seguridad de ser, a la vez, protagonista de “seguir ofreciendo el evangelio al mundo de una forma renovada”.
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