América Latina está convulsionada y esto no puede sorprender a nadie. Fueron muchas las alertas sobre la inminente contraofensiva del Foro de Sao Paulo y sus aliados trascontinentales, al ver el retroceso en su control en países como Brasil, Ecuador, Argentina, El Salvador y el riesgo de perder Venezuela.
La desestabilización y posterior control de las democracias liberales de nuestra región es su propósito y para ello están dispuestos a usar todos los métodos y recursos necesarios: aliarse con todos los grupos criminales del planeta, infiltrar los “movimientos sociales”, impulsar actos terroristas, robarse las elecciones, y en algunos casos, esperar con admirable paciencia -mientras activamente van penetrando sectores académicos, mediáticos, económicos y sociales- el momento de irrumpir como están haciendo ahora en Chile.
Perder el poder en Bolivia no estaba en los planes del Foro de Sao Paulo y representa un retroceso monumental. Tantas veces han cometido fraude en la región y tan seguro se sentía Morales del control de las instituciones, que nunca pensaron que, precisamente en Bolivia, serían no solo descubiertos, sino desalojados como lo que son: burdos ladrones.
Perder Bolivia les complica su pretensión de desestabilizar desde allí a Perú y Brasil, debilita los apoyos externos al nuevo gobierno kirchnerista en Argentina, también amenaza las operaciones de narcotráfico que los han financiado y la permanencia de grupos extremistas islámicos que allí sehan instalado.
Ganar Bolivia para los demócratas de Occidente, en un paso enorme que arroja importantes lecciones y nuevos desafíos.
La caída de Evo Morales comenzó con su derrota el 21 de febrero de 2016, en el referendo que convocó para modificar la Constitución y poder reelegirse por tercera vez. El Tribunal Constitucional que Morales controlaba lo habilitó y allí comenzó su intento de golpe de Estado. Llegó la elección presidencial del 20 de octubre y el burdo fraude fue inmediatamente denunciado por la gente, los dirigentes cívicos y políticos, y confirmado en el informe de la misión de la OEA.
Afortunadamente, la sociedad boliviana sí aprendió de la experiencia venezolana. Ante el robo descarado de la soberanía popular, la gente, con los líderes sociales al frente, se echaron a la calle, sin esperar el llamado o la autorización de los dirigentes políticos.
Dejaron claro que no se rendirían hasta lograr su propósito, y que tenían fuerza real y disposición a usarla en su legítima defensa. Por su parte, los partidos entendieron su responsabilidad y se la jugaron: desecharon la trampa de diálogos con el régimen y se presentaron ante el país y el mundo alineados en una sola estrategia: máxima presión y cero debilidad. La firme y seria actitud de la OEA selló el resultado, y aceleró las deserciones de funcionarios públicos, policías y finalmente, de las Fuerzas Armadas. Otra lección venezolana fue aprendida: rápidamente se ejecutó la aceptación de la renuncia de Evo Morales, su salida del país y se llenó el vacío de poder de acuerdo a la Constitución.
Si los bolivianos no hubiesen aprovechado esta oportunidad ante el robo descarado de una elección presidencial, muy probablemente habrían perdido la última posibilidad de salir de la dictadura en el contexto de un proceso electoral. Los regímenes aprenden, y no vuelven a ofrecer estas oportunidades. Este fue el caso de Venezuela, Maduro cometió un fraude (conocido por todos) en el 2013; pero la dirigencia política de entonces optó por no enfrentarlo y la comunidad internacional, agrupada en UNASUR, se lavó las manos. Allí se cerró la posibilidad de salir de Maduro por la vía electoral.
Un factor común en Bolivia y Venezuela ha sido el arrojo y el coraje de los ciudadanos. En nuestro caso, son 20 años de lucha en las calles, enfrentando amenazas, golpes, tiros, despidos masivos en el sector público, robo de propiedades, eliminación de servicios y beneficios públicos, como las propias bolsas de comida subsidiada que le han arrebatado a las familias más humildes que no se callan ante la tiranía. Hemos enfrentado todo chantaje, hemos asumido todos los riesgos. Al ver la fuerza indetenible de los mineros bolivianos en su recorrido hacia La Paz, yo veía a nuestros gochos y a nuestros estudiantes. La misma determinación, la misma mirada.
La renuncia de Evo tiene un enorme impacto en la región; ratifica que los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba, no van a salir con farsas electorales ni débiles negociaciones, sino con una sociedad decidida a lograr su liberación, con una dirigencia indoblegable que plantea una ruta política que cumple cabalmente y que con ello se gana la confianza de la ciudadanía y de los aliados externos.
Esta es la gran lección de Bolivia; la que necesitábamos justo ahora, con una América Latina convulsionada y en parte confundida y defraudada, para recordarnos cuál es nuestra fuerza, y cómo, cuando menos se espera, los pueblos se levantan y nada puede detenerlos.