"Ira y aceptación" se combinan en el audaz y electrónico segundo disco de John Grant, estadounidense procedente de una comunidad muy conservadora que salió del armario sexual y musical en plena madurez con un conmovedor debut que, como su nuevo trabajo, le sirvió como lavadora de trapos sucios.
"Hay días en los que aún me siento incómodo por ser gay, porque durante 25 años -más de la mitad de mi vida- sentí los dedos acusadores que me señalaban como un pervertido, como un enfermo desagradable… Eso te afecta muy profundamente", explica Grant en una entrevista con Efe ante la publicación mañana de "Pale Green Ghosts" (Bella Union).
A pesar de arrastrar aún cierto lastre del pasado, se aprecian en este disco avances importantes respecto al aplaudido "Queen of Denmark" (2010), en lo musical y en lo personal, por ejemplo un mayor uso del humor en estribillos como aquel en el que canta: "Soy el mayor hijo de puta que te encontrarás nunca".
"El humor es un elemento muy importante para mí y me siento feliz. Estoy contento de ser yo", asegura a su paso por Madrid.
Musicalmente ha conseguido plasmar además una de sus grandes pasiones, la música electrónica. No tenía el equipo ni el conocimiento hasta que hizo realidad otro sueño atesorado desde que escuchara el primer disco de su idolatra Björk: vivir en Islandia.
Allí, fascinado "por la música, la lengua, la calma y la belleza" de esta tierra de fuego y hielo, comenzó a trabajar con Birgir Þórarinsson, del grupo de electro-pop Gus Gus, alumbrando "una tensión y un suspense realmente bellos y necesarios para no caer en el aburrimiento".
Además, contó con la colaboración de Sinead O’Connor, de la que se hizo amigo después de que ella versionase la canción "Queen of Denmark". La irlandesa, enamorada de sus nuevas composiciones, le pidió participar en el álbum y él, "claro", dio una entusiasta respuesta afirmativa.
Para hacer aún más particular la mezcla, añadió su gusto por la música clásica, por el "old country" a lo Patsy Cline e influencias de Sting y los Depeche Mode de los años 80 ("Some Great Reward", "A Broken Frame" y "Construction Time Again" se encuentran entre sus discos favoritos).
"Pale green ghosts", el primer corte, condensa todas esas cualidades en una canción larga y atrevida con muchos cambios de dinámica. "Quería dejar claro que éste no iba a ser el mismo viaje. Pretendía que sonara dramático y cinemático", dice este amante de las películas más antiguas de Pedro Almodóvar.
"Creo que no hay nada que ame más que la música, los idiomas y el cine… Bueno, los sintetizadores", añade entre risas tras un segundo de reflexión.
Más allá de su ojos claros y su fornido físico de leñador, Grant no parece un americano al uso, con esa carga de sensibilidad europea que le ha llevado a hablar cinco idiomas: inglés, español, ruso, alemán -llegó a plantearse una carrera de intérprete tras la disolución de su primera banda- y ahora islandés.
"Me siento extremadamente americano, pero no he perdido mi curiosidad infantil. Me fascina conocer otras culturas, pero definitivamente hay mucho de estadounidense en mí", asegura.
Y sin embargo, pese a las ganas, aún no ha conseguido regresar a su Denver natal para tocar. "Me pone realmente nervioso, tengo mucho pasado allí", reconoce.
Parte de ese pasado, señala a continuación, tiene rostro. "El hombre del que tanto he escrito, mi gran amor, vive todavía allí, y no quiero que venga a mis conciertos y que me vea cantando sobre él", reconoce Grant en un torrente de sinceridad similar al que aplica en sus letras.
"Aún hay una parte de mí que sigue muy cabreada con él por su rechazo", explica, antes de añadir que, en realidad, está enfadado "sobre todo" consigo mismo.
Ya lo resume él: "Este disco trata sobre la ira y la aceptación", una tesis que gestiona con el mayor aplomo respecto a quienes le hicieron la vida imposible en el pasado.
"Creo que el mayor castigo posible para ellos es su propia forma de ser. La muerte no es peor que eso, porque es liberación y libertad", apostilla. EFE