San Adrián fue un mártir de la Iglesia Católica que vivió en tiempos de la última; y más terrible de las persecuciones que padecieron los primeros cristianos; promovida por el emperador romano Diocleciano. San Adrián, cuyo nombre romano fue Adriano de Nicomedia, nació en Constantinopla a finales del siglo III. Se cree que fue hijo del César Probo y, como muchos jóvenes nobles, llegó a formar parte del ejército romano. Adriano integró la guardia del emperador Galerio y, antes de su conversión fue perseguidor de cristianos.
En una ocasión, en cumplimiento de su función, le tocó presenciar el juicio de veintidós cristianos, quienes serían condenados a ser torturados y ejecutados. La serenidad, la paz y el valor con los que afrontaron la muerte aquellos mártires dejaron un impacto tremendo en el corazón de Adriano, que decidió convertirse al cristianismo.
Lo que vino en la vida de este Santo fue crecimiento en la caridad y libertad. No obstante, aquellas virtudes se perfeccionaron en la prueba. Adriano sería denunciado por su fe y sometido a terribles tormentos después de ser apresado junto a algunos compañeros, con los que viajaba a la ciudad de Cesarea. A él le tocó comparecer ante el gobernador de Palestina, Firmiliano, quien lo mandó azotar con garfios de hierro, para después arrojarlo a las fieras, a menos que rechace su fe. Como Adrián no lo hizo, solo le esperaba la muerte.
Algo tuvo que suceder, pues al final San Adrián fue decapitado. Su ejecución se produjo alrededor del año 306, en la antigua ciudad de Nicomedia, Reino de Bitinia (actual Turquía). Su fiesta se celebra el 5 marzo.
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