Las relaciones entre Washington y Caracas se mantienen tirantes tras las acusaciones del gobierno venezolano de que Estados Unidos está detrás de planes desestabilizadores en el país suramericano, pocos días antes de las elecciones venezolanas tras el fallecimiento de Hugo Chávez.
Desde el anuncio de la convocatoria de nuevos comicios presidenciales en Venezuela el pasado 9 de marzo, las tensiones se han recrudecido al apuntar Caracas la hipótesis de que el cáncer de Chávez podría haber sido inoculado por el "imperio", en referencia poco velada a Estados Unidos.
Previamente, el 5 de marzo, poco antes de conocerse el fallecimiento de Chávez, Venezuela expulsó a dos integrantes de la Agregaduría Aérea de la legación estadounidense en la capital venezolana a los que acusó de "proponer proyectos desestabilizadores" a militares.
Washington respondió, por su parte, seis días después, con la expulsión de dos diplomáticos venezolanos.
A continuación, y en un nuevo capítulo del toma y daca, el canciller de Venezuela, Elías Jaua, anunció a mediados de marzo la suspensión de las conversaciones que se habían iniciado en noviembre pasado con Estados Unidos para normalizar las relaciones, congeladas desde 2010, de nuevo con el argumento de las constantes injerencias estadounidenses.
Desde entonces, Estados Unidos ha tratado de calmar los ánimos, dejando claro su interés en no entrar en una escalada de acusaciones mutuas.
Washington se ha limitado a "rechazar categóricamente" estas acusaciones y ha expresado su "decepción" por la ruptura de estas conversaciones.
Tras la retirada de sus embajadores en 2010, los contactos no se retomaron hasta finales de 2012 con una llamada de la secretaria de Estado adjunta para Latinoamérica de EE.UU., Roberta Jacobson, al entonces vicepresidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
Pese a que ambas partes confirmaron una serie de encuentros de funcionarios de medio rango, fue el propio Maduro, ya como presidente encargado, quien decidió suspenderlas de nuevo.
Algunos analistas han interpretado esta medida en clave electoral, como parte de la necesidad de Maduro, candidato "chavista" que se medirá en las urnas al opositor Henrique Capriles Radonski el próximo domingo 14 de abril, por reafirmar su "antiamericanismo".
"Maduro tiene que mostrar lealtad total a Chávez, y Chávez siempre mostró abiertamente su ‘antiamericanismo’, por lo que a Maduro no le queda mucho espacio para maniobrar en ese sentido", indicó a Efe Eric Farnsworth, vicepresidente del centro de estudios Council of the Americas, con sede en la capital estadounidense.
Ante esta situación, Estados Unidos "está caminando por una línea fina, está respondiendo solo a las declaraciones más graves, y siempre desde el bajo perfil, portavoces del departamento, nunca el secretario de Estado o la Casa Blanca", agregó Farnsworth.
Al margen de la retórica incendiaria y, en paralelo, discurre el pragmático y rentable comercio petrolero.
Pese a que se ha producido un ligero descenso en las importaciones desde el país caribeño, Venezuela sigue siendo uno de los principales exportadores de crudo a EE.UU.
Con cerca de 32 millones de barriles mensuales al cierre de 2012, es el tercer proveedor de petróleo a Estados Unidos, sólo por detrás de Canadá y Arabia Saudí.
En este contexto, y con obvios intereses por ambas partes, tanto Caracas como Washington han tratado de dejar al negocio petrolero fuera de la arena política.
Para Estados Unidos, el petróleo venezolano sigue siendo una fuente confiable y cercana de suministros.
Para Venezuela, Washington es uno de los pocos clientes que sigue "pagando con dólares y a precio de mercado", en palabras de Farnsworth, quien alude al envío de petróleo a Cuba, que es pagado con el programa de médicos y profesores de la isla que trabajan en Venezuela, o a su programa de petróleo subvencionado Petrocaribe./EFE