La ilusión de Venezuela en el Mundial Sub-17 de Qatar 2025 se disolvió tras caer 1-2 contra Corea del Norte. La eliminación, aunque dolorosa, ha servido como un termómetro para medir las áreas de mejora que el fútbol venezolano debe abordar, especialmente en el desarrollo de sus jóvenes promesas.
A pesar de haber clasificado con autoridad como primera de su grupo, el equipo de Oswaldo Vizcarrondo se encontró sin margen de error ante un adversario que demostró ser implacable en la ejecución de su plan.
La fragilidad en el inicio
El guion del partido se torció irreversiblemente en apenas media hora. Corea del Norte capitalizó la desconexión defensiva con dos anotaciones tempranas, incluyendo un penal, cortesía del letal goleador Yu-jin Kim.
El cuerpo técnico venezolano había optado por establecer un bloque bajo, una estrategia que se reveló poco efectiva. El equipo fue lento y predecible en la transición, permitiendo a los asiáticos lanzar ataques verticales y explotar con precisión los espacios a la espalda de los defensores.
Se notó una preocupante poca fluidez en la construcción del juego, lo que llevó al equipo a depender en exceso de la inspiración individual (como el gol de Juan Uribe al minuto 61) en lugar de un sistema colectivo que pudiera imponerse en el mediocampo.
Factor emocional
La lección más profunda que deja el torneo es la relacionada con la gestión de la emoción y la adversidad.
Cuando el marcador se inclinó, el equipo no logró mantener la calma. La presión por revertir el resultado se tradujo en desorden táctico y una prisa desmedida en la búsqueda del empate. El conjunto mostró una rigidez mental que le impidió reponerse del golpe inicial sin que su sistema de juego se viera afectado.
Esta incapacidad para manejar los momentos cumbre es el obstáculo más persistente: la presión de la instancia decisiva debe convertirse en motivación, no en un factor de parálisis.
La senda de la mejora
El futuro de esta talentosa generación exige una inversión que vaya más allá del entrenamiento técnico-táctico. Para que el talento juvenil se traduzca en éxito sostenido, el trabajo de formación debe enfocarse en entrenar la resiliencia post-error, desarrollando la capacidad de reponerse inmediatamente a un error o un gol en contra sin que colapse el sistema de juego.
También es clave la mejora de la circulación de balón en el mediocampo, priorizando la salida limpia y la creación de sociedades que eviten la dependencia de pases largos sin destino. Al inculcar este control emocional y la fortaleza mental, el futbolista venezolano podrá competir con total convicción de igual a igual en los momentos decisivos a nivel internacional.
El camino a la élite es largo y exigente, pero esta generación ha demostrado que el talento existe. Ahora, más que nunca, la Vinotinto necesita el aliento y el apoyo incondicional de su afición para seguir creciendo y transformando estas lecciones en futuras glorias.
Visite nuestra sección de Deportes.
Mantente informado en nuestros canales de WhatsApp, Telegram y YouTube.